Me da pie lo que publicaba el pasado domingo en Levante-EMV su columnista estrella -y, sin embargo, amigo- Juan Lagardera, para intentar desarticular algunos de los tópicos que sobre Peter Lim circulan por Valencia, que me parecen, además de muy matizables, sospechosamente localistas. Se reseñaban en la columna que nos ocupa una serie de razones por las que, en esencia, se acababa concluyendo en la necesidad, ya anunciada en el propio título del escrito, de que el empresario de Singapur abandone España para volverse a su tierra.

El argumentario, brillante en la exposición como es habitual en Juan Lagardera, orbita, sin embargo, en torno a lugares comunes cuanto menos cuestionables. Y empieza, lógicamente, con Jorge Mendes. Se acusa, así, a Lim de haber establecido una alianza con el agente portugués que podría generar incluso un conflicto de intereses por ser socios en un fondo de inversión centrado en el mercado de futbolistas. Se cuantifican, incluso, las operaciones que la pareja Mendes-Lim ha realizado en el Valencia en una cifra de 400 millones de euros. No se menciona, sin embargo, que el Valencia no deja de ser un negocio secundario para Mendes, que sólo por el fichaje de Joao Félix embolsó el pasado verano la bonita cifra de 36 millones de euros, más de todo lo que en cinco años ha obtenido de su colaboración con Lim en el Valencia. Tampoco se dice que Mendes ha dirigido toda la carrera, muy suculenta en cifras, de Cristiano Ronaldo, pero también la de Cancelo, James, Costa, Saúl o Di María, le colocó al Barça a Gomes y Semedo, obtuvo 10 millones netos del fichaje de Mbappé por el PSG, se ha hecho de oro moviendo a Falcao por medio mundo y así podríamos seguir ad nauseam. ¿De verdad alguien se cree que Mendes se aprovecha del pobrecito Valencia CF Espero que no. Más bien parecería que no hace Peter Lim más que aprovechar la cartera del número uno de este invento -que no lo es por casualidad, valga la aclaración- para hacer negocios. Según su capricho y entendimiento, a veces discutibles, pero en todo caso legitimados. Y, como pasa en otros ámbitos de la economía, unas operaciones salen bien y otras no tan bien. Pero, no lo olvidemos, quien se juega su patrimonio es, precisamente, el máximo accionista ¿Es más sospechoso lo de Lim con Mendes, o los tejemanejes de Marcelino Pues eso. De párvulos, por otro lado, sería pensar que los grandes empresarios se acercan al fútbol por amor al arte o que Lim es el único que intenta aprovechar su situación para beneficio propio. El palco del Bernabéu como business center mundial con Florentino como gran Papa santo de Madrid, los viajes de Laporta a Uzbekistán, el precio de Neymar que nunca se supo, las diferencias entre lo que el Atlético dice que paga y lo que reciben los clubes de donde compra son todos ejemplos de una realidad llamada fútbol. No, Lim no es diferente, pero tampoco es peor que los demás.

Echa mano también la columna de otra de las coletillas habituales: Peter Lim no entiende a la sociedad valenciana porque «apenas ha pisado Valencia». Hay quien incluso, en una reciente edición de Superdeporte radio -nuevo programa de la 97.7 que les recomiendo- incluso llegaba a exigir, con cierta crispación, que el propietario del Valencia diera en persona explicaciones sobre la destitución de Marcelino. Leyendo y oyendo todo eso, uno se traslada al dorado siglo XX, al Atocha del patadón y tente tieso, a aquellos años en los que el presi del Valencia era el vecino de la tía Enriqueta y compañero de falla de un amigo de nuestra cuñada. Tiempos bonitos, sí, pero extintos ¿Alguien conoce a Mansour bin Zayed? Es el propietario del City y en Manchester aún no saben si es alto, bajo o se ha dejado bigote. ¿Quién posee el PSG? ¿O acaso nos creemos que Al Khelaifi es algo más que un hombre de paja al estilo Anil Murthy? ¿Va la familia real qatarí a París a echar a los entrenadores? ¿Ustedes conocen el timbre de voz de Abramovich? ¿Cuántas veces han leído opinar sobre las galopantes y recurrentes crisis deportivas del United a su propietario, el americano Malcolm Glazer? Sí, los tiempos de Pedro Cortés eran bonitos. Pero estamos en el siglo XXI y el fútbol ha cambiado. En este mundo globalizado a nadie se le ocurriría exigir a Jeff Bezos que viniera a España cada vez que Amazon tenga un problema serio en nuestro país, a lo que los futboleros de antaño contestarán que el Valencia, y el fútbol en general, es «algo distinto» porque es un «sentimiento» o, incluso, yendo más allá, «es de los aficionados», que parecen exigir la presencia del propietario en la ciudad para «conocer mejor a la sociedad valenciana» o «dar explicaciones». Quienes argumentan que la gestión de un club de fútbol tiene que ser distinta que la de Ford en Almussafes -donde jamás le han visto el pelo a los miembros del consejo mundial de la multinacional- no se amparan, sin embargo, en la doctrina de ninguna reconocida escuela de negocios a nivel global, en las que, básicamente, se explica que cualquier estructura legal montada para ganar dinero es una empresa. Lo dicen, como tantas otras cosas, porque así lo piensan ellos, sin un solo argumento teórico que lo ampare. Para Peter Lim, como para tantos otros magnates globales, el fútbol es un negocio como cualquier otro y como, por fortuna, las empresas son de sus máximos accionistas son ellos quienes deciden cómo gestionar su patrimonio. Yo soy aficionado y me da exactamente igual si Lim se pasa toda la vida sin pisar Valencia. Lo que quiero es que fiche a buenos futbolistas y no venda a los que ya tiene en nómina. Y si lo hace, que al menos sepa escoger el momento y el recambio. Lo que diga Lim no me podría dejar más indiferente. Lo mismo que lo que diga Anil Murthy o Parejo, que es siempre lo mismo y lo que dice cualquier manual de simplismo futbolero.

Acusa también Juan Lagardera a Peter Lim de nombramientos y ceses arbitrarios y de poner hoy el Valencia en manos de un entrenador sin experiencia. Habría que ser muy cerril para discrepar de esa valoración. Que, además, verbaliza casi todo el mundo en la ciudad, como si, de repente, el valencianismo se hubiera unido en torno a algo. Pero, ¿acaso es esto una novedad en este club? ¿Dónde estaban todos estos críticos cuando Juan Soler le dio la vara de mando a un perfecto desconocido como Unai Emery y Manuel Llorente a un pardillo futbolístico como Pellegrino un poco más tarde? ¿Quién alzó la voz para poner en solfa que quien se dedicó, como se puede comprobar en las tablas que acompañan estas líneas, a esquilmar sin piedad alguna el patrimonio del Valencia pusiera la política deportiva del club en manos de un absoluto neófito como era Braulio Vázquez? ¿Tiene esta inquina algo que ver con el párrafo anterior, con que a Lim no lo encontremos fotografiado junto a la fallera mayor, paseando el perro en el parque con Tito Bau o bajando el domingo a comprar el periódico en el kiosco de Músico Ginés? Estaríamos, desde luego, en el mejor de los mundos si la alternativa a Lim que encuentra mi amigo Lagardera, léase que el propio club se autogestionase para sufragar la deuda que acarrea, fuese posible. Pero, ¿a quién ponemos a dirigir esa operación? ¿A Llorente, para que venda en tres meses a Rodrigo, Guedes, Soler y Kang In? ¿A Salvo para que traiga otro Dorlan Pabón? ¿Creamos un soviet en el que todos los valencianistas, esos que exigen la presencia del propietario en la ciudad, estén representados? Las preguntas se responden por sí solas.

No cabe duda de que Peter Lim ha cometido errores, derivados seguramente de que se ha metido en un negocio que le es desconocido y además en un país y una ciudad de los que culturalmente está en las antípodas. Pero el nivel de crítica que está recibiendo choca frontalmente con el barómetro del rendimiento deportivo del club y la valoración de sus activos. Una somera comparación de la evolución de la plantilla del Valencia en la época de Llorente y Salvo y de la que ha configurado el nuevo propietario nos permiten concluir que con Lim el Valencia es más fuerte. En efecto, condiciona algunas operaciones a las necesidades de tesorería -¡faltaría más! ¡esto es una empresa, señores!-, pero ha permitido al club rearmarse con futbolistas que, como Garay, Paulista, Kondogbia, Rodrigo o Coquelin, tienen bien poco de jovencitos prometedores y de engorde y han permitido dar un salto de calidad a todos los niveles. Llorente recibió un Valencia con Albiol, Marchena, Albelda, Mata, Villa, Joaquín, Silva y Morientes (casi todos vendidos) en el once inicial. Se despidió del club con Cissokho, Guardado, Tino Costa, Feghouli, Rami y Jonas ¡Y se fue pensando que había sido el salvador del club! Esa, amigos, es la herencia de Lim, engordada un poco con bombazos de Salvo tipo Pabón o Hélder Postiga ¿Tan mal nos va, entonces, con el de Singapur?

Quizás habrá que asumir que estamos en una coyuntura diferente, que los gestores valencianos que ha tenido el Valencia desde Jaume Ortí han sido a cuál peor y que el nuevo modelo no se adecúa a lo que la gente ya con una cierta edad, en ese peculiar ecosistema de Mestalla, está acostumbrada. Pero los tiempos cambian, la globalización ha llegado también al fútbol y tarde o temprano se irá extendiendo por toda la Liga. Y resulta que el presidente del Valencia no sabe ni lo que es una horchata ni preparar el caldo para una paella. ¿Y qué importa? Justo es criticar decisiones que no admiten defensa, pero tanto lo es como reconocer que con Lim al Valencia no le ha ido nada mal y ha conseguido salvar una crisis que amenazaba con llevárselo todo por delante.