Decían algunos que Kondogbia era una losa de colosales dimensiones para su equipo y, como casi nada sucede por casualidad, fue desaparecer el favorito de mucho gurú de micrófono y piscina y regresar el Valencia CF coherente que todos queremos. Losa en ataque, porque con su exasperante parsimonia es imposible darle al juego la más mínima velocidad -duerme al público, a sus compañeros y hasta a los chavales de la Cruz Roja-, y losa en defensa, porque su trote cochinero genera unos huecos enormes por los que cualquier rival se mueve como Pedro por su casa. Uno se echa las manos a la cabeza cuando todavía hay quien considera que contra el Chelsea se vio a un Valencia duro y rocoso. Que le pregunten a Willian, que fue capaz de construirse medio apartamento en la frontal del área sin nadie que lo importunase los más mínimo.

Pero no es la primera vez ni será la última que tenga que ser una lesión la que haga abrir los ojos al míster de turno. El empecinamiento ha hecho mucho daño en Mestalla últimamente. En este caso, el calcetín se dio la vuelta de tal manera que es de esperar que no haya vuelta atrás. Porque sin Kondogbia volvió el timón del barco a Parejo y se volvió a ver algo donde hasta la fecha no había casi nada.

Habría que mirar muy atrás para recordar una victoria del Valencia en Bilbao, con el mérito añadido de que el Valencia CF fue más que el Athletic. No se ganó de pura chamba como tantos partidos con el por algunos añorado Marcelino. Aunque en el segundo tiempo los de casa llegaron a achuchar -lógico, ¡estaban en San Mamés!-, en el balance completo fue el visitante quien llegó más veces, generó más peligro y controló la situación. Pero un control de verdad, no uno colgado del larguero y rezando para que los chicos de enfrente no la clavaran como pasó en Londres. Si se da permanencia a esto, el equipo tiene que ir para arriba.

La aparición de Thierry ha sido tan beneficiosa, que incluso ha obligado a Wass a salir del letargo absurdo en el que había entrado desde que cambió el entrenador. Si Piccini y no tenía sentido su bajo rendimiento. En Bilbao volvió a enseñar su versión sólida. Igual que Costa por el otro lado. No es, desde luego, el recambio que habría hecho falta para que Gayà, otro que se duerme más de la cuenta en los laureles, tenga una verdadera competencia, pero ha subido un peldaño la pobre imagen que mostró a principio de temporada. Al césar lo que es del césar.

El cambio de roles fue, además, casi integral. Del comando de pardillos que vimos dejarse remontar en Mestalla por el Getafe, pasamos el sábado a un equipo que supo tirar de veteranía y dormir el partido cuando tocaba. Cillessen, gran culpable de la derrota en Barcelona, dio esta vez un recital de seguridad como no se veía desde hacía muchos, muchos años. Y en Bilbao, donde uno recuerda bien a Alves saltar con el brazo encogido en la típica falta que acababa convirtiendo el Javi Martínez de turno. El Parejo escorado a la izquierda y desconectado del colectivo resurgió en la versión que todo el mundo desea, instalado por fin en su velocidad de crucero. Que Parejo haya terminado ya su pretemporada es de lo mejor que le pueda pasar a su equipo. Hasta el entrenador se decidió a cambiar de atuendo -la ropa deportiva le queda bastante mejor-. Alegría y qué bonito es todo. Hasta el miércoles, eso sí. Nadie dijo que ser del Valencia era cosa fácil.