Una hora de suplicio sin rastro de fútbol y media hora de acoso y derribo al rival podrían resumir un partido que el Valencia salió perdiendo desde la pizarra y estuvo en un tris de ganar cuando imperó la cordura y sus futbolistas se liberaron de las ataduras tácticas a las que su entrenador los había condenado. Difícil de entender cómo Celades pudo recuperar un trivote que ni ha funcionado ni lo hará nunca con Kondogbia en el campo. Incomprensible el pánico que demostró tener a este Atlético lento, torpe y fallón. El empate sólo habrá servido si quien toma las decisiones ha tomado por fin nota de lo que necesita el equipo y de los lastres a los que lo somete cada vez que tiene una ocurrencia.

4-5-1

La primera hora fue un poco como lo de Londres, salvo que esta vez no sonó la flauta y una mano absurda, de un Cheryshev muy desafortunado, permitió al Atlético marcar de la única manera que puede hacerlo: de penalti. A Celades le entró un canguelo bíblico y decidió no sólo desempolvar a Kondogbia -con lo bien que estaba guardadito en el baúl del abuelo- sino convertir a los extremos en dos defensores más. Ferrán y Cheryshev se pasaron más tiempo en terreno propio que en el del rival, de manera que al Atlético se le puso la alfombra roja para vivir instalado en la frontal de Cillessen. Pésimamente situado, además, el Valencia era como un queso gruyère. Por donde en Londres entraba como quería Willian, ayer lo hacían casi todos los rojiblancos. Chocaban, por fortuna, contra la torpeza infinita de un acabado Costa, que vuelve a ser aquel simple marrullero del Valladolid, y la congénita incapacidad de la eterna promesa Morata ¿A qué aspira Simeone con esos dos delanteros? Fueron sus carencias, en todo caso, las que maquillaron un pésimo ejercicio defensivo visitante. Suele pasar que cuantos más tíos pones a defender, peor lo haces. De Oblak no vimos ni el color de la camiseta. Que el resultado final no nos haga olvidar que la primera parte del Valencia, enteramente desnaturalizado por su entrenador, fue no lamentable sino lo siguiente.

Lo de después

Simeone es el rey del catenaccio más antediluviano y cuanto peor le vaya a él tanto mejor le irá al fútbol. De modo que, incluso contra ese Valencia insustancial, decidió salir en la segunda parte a aguantar el resultado. La gente de allí, ¡el pueblo!, entusiasmada con el triste espectáculo. Ver para creer. Antes de que por fin se fuera del campo Kondogbia, ya pudo el Valencia empatar en una acción aislada. Desmarque y asistencia magistrales de Gómez, de los mejores otra vez a pesar de ser una isla en ataque, y error incomprensible de Cheryshev, solo ante portería. Si eso lo falla Guedes, las hienas habituales se pasan un mes matándolo después de muerto. Pésimo partido del ruso que, en aplicación de la justicia poética por la que todos claman, debería tomarse un merecido descanso. Y luego, de pronto, primera substitución y Parejo a los mandos de la Enterprise. Y como por arte de magia aquello pareció otra cosa. El equipo comenzó a jugar de manera natural, cada cual de regreso a su lugar, el Valencia dijo aquí estoy yo a pesar de Celades y se reescribió la historia. Incluso los hados se pusieron del lado visitante con la lesión de Joao Félix, esa supuesta estrella mundial -¡al pueblo no se le engaña!-, que dejó a los suyos con diez. Pocas veces se ha visto de manera tan dramática un vuelco en el juego con un simple -y evidente para casi todos- cambio táctico y de hombres. Sólo nos queda preguntarnos qué habría sucedido si la lógica se hubiera impuesto al miedo desde el principio.

Enormes futbolistas

Creo que ya a estas alturas todos tenemos claro que el gran valor del Valencia son, y ha sido en estos últimos dos años, sus futbolistas. Ayer acataron con disciplina los desvaríos de su entrenador y luego, todos a una, se merendaron al Atlético cuando les dieron las herramientas. Con Parejo y Coquelin en su sitio, este Valencia es un equipo guerrero pero que sabe jugar al fútbol. Bastante mejor que su rival ayer, algo que Celades parece no haber asimilado todavía. Tiene, además y por fin, un nueve como la copa de un pino. Ver ayer a Gómez bajar sesenta metros a buscar los saques de banda en los que muchos compañeros se escondían fue la constatación de que este chico va para gran figura porque le sobran agallas y personalidad. Y la administra tan bien como mal lo hace Kang In. El coreano anda sobreexcitado y alguien tiene, insisto, que devolverlo a su sitito. Y cierro con Gameiro. Ayer se dejó la piel, ha empezado bien la temporada y merece más minutos.