Exhibió todas sus miserias el Valencia ante un equipito que en España no pasaría de luchar por no descender de categoría. Lo hizo, además, desde la cobardía de su entrenador, que nos abrió la puerta a la esperanza de algo nuevo con su llegada, para terminar sepultando en buena medida las posibilidades de los suyos en Champions aplicando la misma doctrina mediocre y acomplejada de su predecesor. Sólo la torpeza infinita de este pobrísimo Lille evitó una goleada que, por ocasiones y llegadas al área, merecieron los franceses. Un espectáculo más bochornoso, si cabe, que el que vivimos hace un año en Suiza. Lo de este club con los entrenadores es de película de terror: cuando parece que has dejado atrás la sierra eléctrica asesina, siempre hay otra esperando a la vuelta de la esquina que termina por ser peor.

Otra vez el canguelo

Este Celades va a terminar por dar la razón a quienes ven en su triste figura una idea preconcebida imposible de levantar. Por desgracia, en las grandes ocasiones el fútbol que propone va acorde a la imagen que proyecta: insulso, apocado y vacío de cualquier emoción. En ocasiones, como en el Metropolitano, está a tiempo de rectificar. En otras, no hay vuelta atrás a su incapacidad. Ayer hizo caer a los suyos con la cara B del mismo disco vulgar y conformista que exhibió Marcelino en Europa. De los seis defensas ante el Arsenal de hace unos meses, pasamos a jugar contra todo un Lille juntando de nuevo a Coquelin y Kondogbia a crear juego en el centro del campo. El resultado fue el esperado. Por todos, es de imaginar, salvo por Celades y su guardia de corps. El Lille, un conjunto plagado de medianías al que el Getafe se merendaría sin despeinarse echando mano de los suplentes, terminó la primera parte con no menos de seis ocasiones de gol en su haber. Su portero, no sabemos aún si de verdad era morenito o lo hemos soñado. Los huecos que deja Kondogbia, cuya presencia en cualquier convocatoria ya roza la prevaricación, son tan sangrantes que el equipo se transforma en un coladero permanente. El desconcierto esta vez fue de la mano de una absoluta falta de ambición. Ni una sola vez presionó este Valencia mediocre y conformista la salida de balón de un rival tan limitado técnicamente. Como si aquello no fuera con ellos, como si el empate a cero fuera un buen resultado. Como si las líneas de cuatro bien plantadas delante de Cillessen, a ochenta metros de la puerta rival, nos fueran a perseguir de aquí a la eternidad. Qué falta de grandeza, amigos.

Futbolistas ausentes

La noche fue tan aciaga para casi todos, que semejante esperpento solo se puede interpretar a partir del desacertado mensaje que salió de la pizarra. La víctima principal fue Parejo. Su desesperación alcanzó cotas casi nunca vistas, hasta convertirse en una verdadera calamidad, en una máquina de perder pelotas. Celades lo rodeó de boyas incapaces de generar ningún tipo de fútbol. Kondogbia parece un exfutbolista en un bolo veraniego en Ibiza de homenaje a Ronaldinho. La banda derecha, con un Coquelin que no es ni será nunca buen carrilero y un Wass que pide a gritos pasar varios meses en el banquillo, no existió. Por el otro lado, Cheryshev, que solo sirve como revulsivo y media hora, hizo de nuevo el ridículo y condenó al cadalso una y otra vez a un Costa que fue de los pocos que salvaron la cara. Él y Paulista. Si no es por el brasileño, ayer el Valencia sale del campo del Rayo Vallecano francés con la cara pintada para la eternidad. Vergüenza.

¿Con qué ojos mira?

He escuchado ya varias veces a Carlos Bosch decir que Celades no es Gary Neville. Pequeño matiz: Neville no tenía a esta plantilla sino una bastante peor. A mí me cuesta recordar a un tipo que con síntomas tan evidentes de problemas insista hasta la náusea en inventos que no funcionan. Curioso, además, que haya poco menos que echado por la borda buena parte de sus esperanzas en Champions agarrado al manual por el que echaron a su antecesor. Cayó como una liebre que huye del peligro en Lille sin un solo canterano en el once. Sí estaban Kondogbia, Coquelin y Cheryshev, claro. Torero, Albert. Eres un torero.