Se presentaron en Cornellá dos equipos casi calcados. Desprovistos de identidad por unos propietarios asiáticos sin cultura futbolística, ambos viven inmersos en una crisis casi permanente y han cambiado de entrenador en época reciente. Los de casa, sumidos en una mediocridad que tiene poco futuro, van derechos al pozo del descenso. Los visitantes, en manos de un perfecto diletante de los banquillos, no saben todavía ni a qué juegan. No parecía que el cocktail fuera a deparar muchas alegrías a nadie. Y así fue. Una hora fue para los periquitos, que replicaron la receta del Osasuna -la cosa más fácil y rudimentaria del mundo- para desarbolar por completo al rival. En el tramo final reaccionó el Valencia CF y le alcanzó, sobre todo por la endeblez que encontró delante, para imponerse sin convencer a nadie más que, tal vez, al intruso que decide sus alineaciones -y poco más-.

El esperpento habitual

Entre las muchas majaderías que usted, querido lector, tiene que leer y escuchar en este mundo de lugares comunes y corrección política está la de que para juzgar a Celades tenemos que esperar todavía un tiempo. La primera hora de su equipo ayer echa por tierra eso y cualquier intento de camuflar su absoluta incapacidad. El Español, un remedo de imberbes canteranos y veteranos a los que no pueden jubilar porque no tienen alternativa, volvió a desarbolar a un Valencia en encefalograma plano. Le bastó con presionar la salida del balón y ponerle un poco de energía. No mucha, no crean, porque estos chicos de Machín -que lleva menos que Celades en el cargo- no son precisamente unas fieras. Su posición en la tabla no es casualidad. Pero ayer enfrente no había nada. Sin su agitador en ataque -Kang In- y su baluarte en defensa -Coquelin-, el Valencia CF se esfumó del campo y sus futbolistas de cualquier escenario de defensa. Afrontaron el partido como una mera y costosa obligación. Salvo Gómez, que parece haber aterrizado de otro planeta, nadie exhibió la más mínima chispa, como si la victoria no fuese más que una posibilidad entre tantas. Y así, mientras al Español le bastaba para superar la penosa resistencia visitante y plantarse en el área de Cillessen con dar tres pasecitos hacia adelante, a los del ínclito Celades les costaba Dios y ayuda superar la línea del centro del campo. La diferencia que existe entre un entrenador que sabe lo que hace y un mero aprendiz al que le ha tocado el gordo en la tómbola del pueblo.

El centro de todo

Además de un equipo sin la más mínima organización defensiva, pura mantequilla incluso para un rival tan débil como el Español, al Valencia le pesa un centro del campo que no gana una sola batalla. Sobre Kondogbia ya se ha hablado tanto aquí que pasaremos de puntillas. Ayer, para redondear su penoso proceder, provocó un penalti absurdo, otro más, al sacar un brazo inverosímil. Lo hace todo tan lento que parece perdido en un mundo de opiáceos y poco nos puede extrañar que haya partes de su cuerpo que no le obedezcan. Parejo, por su parte, sigue sin encontrar su juego, aunque nadie podrá achacarle falta de arrestos ni de personalidad. Y, por añadidura, Kondogbia parece sacarlo de sus casillas. A Ferrán le falta físico para aguantar dos partidos en tres días. Se le vio a los diez minutos. No ganó un solo duelo. Lo cual deja dos incógnitas. Cómo un chaval de veinte años puede estar cansado a estas alturas de la película y, sobre todo, cómo su entrenador no es capaz de detectar lo que todos los demás observamos casi de inmediato ¿Ha cerrado Paterna para que nadie vea que no entrenan, que todo es una pantomima y se dedican a jugar al parchís hasta que llega la hora de volver a casa? Y, por último, está Cheryshev. Su actuación volvió a colindar con la vergüenza. Tres carreras hacia adelante, cuatro centros mal puestos y el resto del partido a pasearse como si la cosa no fuera con él. Un Miguel Brito con la sangre de horchata. El pobre Costa palidece cada vez que se lo ponen de compañero de banda. Fue un coladero permanente. Kang In ni salió a jugar. Y los otros no regatean ni al palo del banderín.

Los cambios

Todavía habrá quien se pondrá a bailar por alegrías porque los cambios salieron bien. Como si lo remarcable en la vida fuera rectificar a última hora lo que con contumacia se ha hecho mal, en lugar de hacer las cosas bien desde un principio para prevenir la posibilidad de que no haya margen para la rectificación. Lo mismo Vallejo que Sobrino son chicos voluntariosos por bien que muy limitados en calidad. Pero aportan lo que muchos otros, como Cheryshev, no conocen ni en formato ficción: ilusión y ganas. Salieron a comerse la hierba, había que ver correr a ese Vallejo donde el ruso se había paseado miserablemente durante una hora. Ellos agitaron el vaso para que sucedieran cosas. La cereza del pastel la puso, cómo no, Gómez. Lo de este uruguayo no tiene nombre. A él le da igual que otros tengan acciones de tabacalera, campos de amapola en Afganistán o se vayan de fiesta hasta que sale el sol. Él ha venido a Valencia a triunfar y a dejarse de historias. Es un killer de época. El centro se lo puso, por cierto, Rodrigo. De los pocos que sabe poner un balón en condiciones en esa plantilla. Es de suponer que jugando al parchís no se aprende a centrar.