En el mejor partido del Valencia en Champions de esta temporada y, seguramente, de los últimos tiempos, fue la falta de pericia para transformar ocasiones clarísimas de gol la que enterró la posibilidad de victoria. Si alguien duda del nivel de esta plantilla para plantar cara a quien sea en la competición que sea, que se dedique a hablar de tenis o de motociclismo. En un choque de intensidad máxima, disputado a un ritmo altísimo, Champions en estado puro, ante un rival que, sin ser aquel Chelsea que todos recordamos, va a estar entre los candidatos a llegar lejos, se marcó el Valencia un partido soberbio. Enarboló unas señas de identidad incontestables, mezclando la garra que se le supone al escudo con dosis de calidad solo al alcance de los grandes de Europa. Pero falló de cara a puerta en el peor día. Y no se equivocaron las botas de cualquiera, sino precisamente las de sus mejores piezas. Una lástima.

Qué partidazo

Lo que vimos fue un regalo para el aficionado. Un homenaje al fútbol bien jugado. Repleto de alternativas, con dos rivales bien armados y plagados de futbolistas que saben de qué va este negocio, por momentos pareció que se estaba disputando la final de la competición. El Chelsea no defraudó, elevó incluso su nivel habitual sabedor de lo que estaba en disputa. Dominó el inicio de los dos tramos y tuvo momentos en los que llegó, de nuevo sobre todo a través de Willian, con más licencias de las recomendables a los dominios de Cillessen. Más fuertes por el medio, los ingleses se impusieron cuando el Valencia dio un paso atrás y dispusieron en el balance del choque de ocasiones suficientes para haber liquidado el trance. Pero enfrente surgió un Valencia colosal, muy superior en casi todo al equipo que logró la victoria en Londres. Bien parapetado en torno a dos centrales que casi nadie tiene en Europa, supo buscar su momento. En la primera parte a partir de latigazos conducidos por un Rodrigo inmenso en su papel de agitador del contraataque. En la segunda, a través de un dominio permanente y dinámico, con un espíritu agresivo y ambicioso que no se veía a estos niveles desde hacía mucho tiempo. Desarboló al Chelsea con una facilidad inverosímil. Allí donde en la última década Mestalla tenía que agachar la cerviz ante los grandes de Europa, ayer se vio a un equipo que sacó los guantes para pelear de tú a tú, para devolver los golpes recibidos con otros aún más demoledores. Volvió el gran Valencia europeo. Pero no supo poner la puntilla.

Los errores

Rodrigo es tan brillante corriendo con la pelota, derribando barreras y superando líneas, como torpe a la hora de hacer gol. Tuvo dos ocasiones que un delantero de regional habría transformado sin despeinarse. El infortunio es, si cabe, mayor en una noche en la que el 19 tuvo una actuación sensacional, demostrando que ni en España ni en Europa hay a día de hoy un futbolista con su capacidad para desestabilizar defensas corriendo en desbandada. Pero es que, además, el día menos indicado se le mojó también la pólvora a Gómez, que remató al aire una pelota que solo tenía que empujar a gol tras un servicio excelso de, cómo no, Rodrigo. Y encima Parejo volvió a fallar un penalti. Si existieran las maldiciones, la de estos chicos fue ayer de las que se enseñarían en cualquier escuela de brujería. Cillessen, por cierto, pudo hacer bastante más en el segundo del Chelsea ¿Para cuándo Doménech?

Un mérito enorme

En un mundo tan resultadista, conviene a veces hacer una pausa. Y este partido debería llevar a más de una reflexión. Demostró el Valencia que, incluso capitidisminuido por las ausencias y obligado a echar mano de hombres que todavía no están en plenitud, la ambición le sienta de maravilla. Ni rastro se vio del equipo acomplejado y reservón que sufrimos demasiadas veces. Ante un rival acostumbrado a mandar, el grupo dijo aquí estoy yo, se fue arriba, disputó el control del juego y lo acaparó durante algunos ratos fastuosos. Visto y demostrado como ha quedado que el Valencia son primero sus futbolistas y después también sus futbolistas, bien harían en tomar nota, dejarse de una vez de tonterías, conformismos y piedras en la mochila de tiempos pretéritos y dedicarse en lo que nos queda a salir al campo con la predisposición de ayer. Un Valencia grande con grandes futbolistas…que no siempre lo parecen.