Todos los que ayer ensuciaron el escudo del Valencia pasarán a la historia del club cubiertos de oprobio. Nada, ni siquiera esa copa del Rey de la que uno ya empieza a cansarse, va a mitigar un ápice el sentimiento de vergüenza que toda una afición tuvo que soportar a lo largo del partido más bochornoso que cualquier equipo del Valencia ha perpetrado en lo que a este cronista le alcanza la memoria. Un entierro de cualquier dignidad deportiva a pies de un equipo, el Getafe, que demostró cómo el carácter, las ganas de triunfar y, sobre todo, un buen entrenador en el banquillo pueden triturar a una pandilla de señoritingos que salieron pitando del frente en cuanto se escuchó el primer disparo.

El Valencia no perdió por un problema de actitud o de intensidad como otras veces le ha sucedido. Lo hizo, sobre todo, por cobardía y por ineptitud. Cobardía elevada a la máxima potencia en unos futbolistas que hincaban la rodilla en todos los duelos y se escondían siempre del balón para que el rival no desnudara sus limitaciones. Ineptitud la de un entrenador al que su rival le dio un baño de dimensiones bíblicas. Mientras unos saltaron a jugar deseando desde el minuto uno que el diluvio no se los llevase por delante, los otros parecían una centuria romana adiestrada durante lustros sólo para arrasar a cualquier oponente ¡Qué equipo este Getafe, señores! Si Celades presentase su dimisión tras esto, no pasaría nada y quizás mostraría algo de la dignidad que sus futbolistas dilapidaron ignominiosamente.

De poco o nada sirvió que todos, incluso Parejo, que a ojos de su entrenador tanto sabe de fútbol, conociéramos cómo juega el Getafe. Lo hace siempre así, aunque alguno aún crea que sólo van como motos contra el Valencia. Tampoco fue suficiente la obviedad de que estos tíos no están donde están de casualidad y van a meterse en Champions salvo derrumbe que no se prevé. Aquello fue un festival azul de principio a fin. Por momentos la cosa pareció hasta ridícula, como en el duelo entre Diakhaby, la fiera de los 40 millones, y Ángel en la acción del 3-0. O el vacile de Molina a la pareja de ébano en el 2-0 -Molina se va para la izquierda y el dúo sacapuntas sale hacia la derecha-. No había un solo balón dividido que no fuera para el Geta. Hombres contra niños o, más bien, lobos contra corderitos asustados. Si de verdad tenían claro que jamás iban a poder plantarle cara al rival, es difícil de entender a qué fueron a Madrid.

No sé quién hará las puntuaciones hoy en Súper, pero yo les ahorro el trabajo. Todos un cero salvo Doménech, sin cuyas paradas la cosa habría sido aún peor. Retratada, mucha gente. Alguno al que se ha subido ya al pedestal de estrella rutilante, como Ferran, devuelto a su condición de simple promesa por un Cucurella que se los merendó a todos sin despeinar las rastas. O el nuevo italiano, al que por doce pases atrás el otro día ya se catalogó de enorme fichaje. Por no hablar de Soler, que se metía detrás de Nyom cada vez que Diakhaby buscaba a alguien antes de mandar hacia arriba un balón destino Saturno. Pero si los partidos se ganan o pierden en el centro, para ponerse a llorar es comparar a la pareja Maksimovic-Arambarri con esos dos espectros con respiración artificial que son a fecha de hoy Parejo-Kondogbia. Los que dicen que los futbolistas del Valencia están cansados, pobrecitos, es de suponer que no han visto correr -correr, sí, nada de trote cochinero- TODA LA TEMPORADA a esas dos bestias vestidas de azul.

Luego, en la caseta, pondrán todas las excusas que quieran, apelarán al trabajo, al mirar hacia adelante, a lo valientes que son estos jugadores, a todas las situaciones difíciles de las que han salido. Pero nadie nos va a borrar ya nunca esta vergüenza, la de ver cómo un equipo modesto, con futbolistas de segundo escalón, pero trabajadores y bien dirigidos, borraba del campo y humillaba en cada jugada, ¡ante 13.000 aficionados!, a un grupo de paniaguados sin agallas ni el más mínimo atisbo de amor propio. Y si de esta situación nos tienen que sacar la versión actual de Parejo, los 40 millones de Diakhaby o el pulmón inagotable de Kondogbia, estamos apañados. Se necesita, ahora sí, que aparezca el entrenador.