Un equipo sin defensa

No sé qué querrá poner Gracia en su epitafio, pero parece poco probable que eche mano de la palabra valiente

GAUDEN VILLAS

Otra tarde desconcertante, una más en Mestalla. Al fútbol, como a la vida, hay que ir con pasión o quedarse en casa. Y hay unos cuantos futbolistas del Valencia que la pasión la tienen en dosis muy escasas. La convivencia ha desembocado en monotonía y desidia, como si se aguantaran por el bien de los hijos. Poco tuvo que esforzarse la Real, así, para embolsar un par de goles. No tuvo ni que agacharse a recoger los regalos. El único fútbol que se vio, que no fue mucho, lo pusieron ellos. Todo parecía decidido al llegar al descanso, el Valencia era un ánima en pena. Tanta que acabó por contagiar la pereza al bisoño equipo donostiarra. Hasta dos penaltis infantiles concedió, a la par que su entrenador se reconvertía sobre la marcha a la moda de los tres centrales. Sorprendente porque enfrente el Valencia sólo tenía una sombra arriba: el holograma de un delantero que se llamaba Maxi. Llegó el empate aún nadie sabe cómo ni por qué, más allá de que esta vez las defensas fueron caballos troyanos. Pocas veces marcar dos goles se ha pagado tan barato.

Hermanitas de la caridad

La frontal del área valencianista es un convento de claretianas. La falta de contundencia es, a veces, hasta dolorosa. Allí donde el otro día encontró la victoria el Cádiz, esta vez cantó bingo Guevara, un chico que no conocía de esas cosas todavía en Primera. Entonces y también esta vez, retratado quedó Soler. Su falta de tensión le llevó primero a mandar un penalti a varios palmos del poste, pero por fuera. Hace tiempo que no se veía un desastre de esa magnitud. Luego se duerme y contempla allí donde debería ser un rottweiler furioso y deja vendido a Doménech, al que, por cierto, solo hay que alejar un poquito el balón hacia un lado para que ya no llegue en su estirada. Dos pilares cuya endeblez quizás explica muchas cosas de este equipo.

Otra vez Paulista

Lo del brasileño empieza a pasar de castaño oscuro. Cuesta entender qué más debe hacer para dejar su puesto a otro compañero. Ante la Real, nuevo regalo que termina en gol y nueva tarjeta amarilla porque llega al cruce casi siempre tarde. No fue expulsado de milagro en otra acción en la que se mostró lento y despistado. En el gol de Isak, su enésima cantada contó con la inestimable colaboración de Diakhaby, su pareja de baile favorita, que demostró ante el escandinavo la misma contundencia que una niña de cinco años. Ningún central del campeonato da las facilidades que están dando los dos titulares del Valencia.

Por qué Maxi

Sorprendió la vuelta de Maxi. Primero porque Gameiro había hecho un partido aceptable el otro día. Y tanto más porque el uruguayo ha hecho todo lo que ha podido para quedarse en el banquillo. Uno debe confiar en su nueve, pero todo tiene un límite y Maxi hace tiempo que lo ha traspasado. Ayer volvió a estar a un nivel bajísimo, hasta el punto que es razonable preguntarse si alguna vez va a regresar. Su expulsión es la demostración de que algo le pasa y ese algo no tiene que ver con lo estrictamente deportivo. Imperdonable.

El conformismo

El Valencia empata, de chiripa pero empata, a dos en su estadio, está con diez a falta de diez minutos pero la Real ha perdido la brújula fruto de sus muchas concesiones defensivas. Un entrenador puede hacer dos cosas: jugársela e ir a por los tres puntos o amarrar atrás y conformarse con el punto que, en este caso, ha caído del cielo. Gracia amarró. No sé qué querrá poner en su epitafio, pero parece poco probable que eche mano de la palabra valiente.