Cuando a Boris Johnson le llegó el clamor de la calle contra la Superliga, vio una oportunidad sin igual para apuntarse un tanto. Se puso al habla con la Premier e idearon el golpe. En cuestión de horas, porque el Reino Unido es un país que funciona, su Gabinete le preparó un borrador de ley que decretaba que todos aquellos clubes de fútbol británicos que abandonasen la Premier League, pero también -y aquí está la clave- las competiciones de la UEFA y la FIFA serían inmediatamente intervenidos, pasando a ser administrados por un gestor nombrado por el gobierno inglés que aseguraría su permanencia en esas instancias. Prohibido marcharse. El texto del borrador se hizo llegar a los Big Six. Y la Superliga dejó de existir.

Ya antes de eso, el presidente del PSG venía gestando su golpe maestro a Florentino. A Al-Khelaifi y a su país, Qatar, les sobra el dinero y no necesitan ninguna Superliga para fichar estrellas rutilantes. En realidad, tienen hasta demasiado. Si algo les hace falta es, precisamente, que la UEFA les permita gastar más para poder juntar a Haaland con Mbappé. Fue Al-Khelaifi quien puso sobre aviso a Ceferin. Y se sentó a esperar. Disparar con pólvora de rey te permite dormir tranquilo. Sabía que si lo de la Superliga salía adelante, siempre podría subirse al tren -el PSG es el principal favorito para esta Champions y lleva de la mano un mercado gigantesco como lo es el francés-. Pero si, como ha sucedido, el proyecto se caía, podría sacar pecho y decir que él, un qatarí multimillonario nada menos, es el guardián de las esencias del fútbol popular. Viendo la jugada qatarí, el primero que en Inglaterra saltó del barco, mientras los demás analizaban la amenaza furibunda de Boris, fue el Manchester City, otro club financiado por el petróleo del golfo y que, casualidades de la vida, tampoco necesita ingresos suplementarios. Sacaron al lacrimógeno Guardiola a hablar de lo bonito que es el fútbol en las canchas de barro y se colgaron otra medalla, mientras encargaban el ataúd para el entierro deportivo de Florentino Pérez.

El presidente del Real Madrid es quien ha quedado en evidencia. Y ha demostrado muy poca destreza. Se lanzó a una piscina que no tenía agua, desesperado como estaba por encontrar fondos que sufragasen unos gastos que se le han ido de las manos. Los jeques le pusieron la trampa, le dijeron que sí, que contase con ellos, y él cayó como un bendito. Un pardillo absoluto, él que se creía tan listo. Así que ahora ante el mundo es él -qué crueles esos carteles de Fuck Pérez que blandían algunos en las calles de Liverpool- el malo de la película, mientras Al-Khelaifi se fuma un buen Cohiba viendo el sol caer en el lago Lemán junto a los presidentes de UEFA y FIFA. Se acabó su condición de recién llegado, de multimillonario caprichoso, de arribista árabe. El Real Madrid, y el Barcelona -que tampoco supo reaccionar-, son ahora los enemigos del pueblo. Una chapuza en toda regla, lanzada a la luz pública cuando no estaba ni en pañales, que demuestra que tomar decisiones en momentos de desesperación es una majadería. No se puede ser más tonto