Volver a SUPER 27 años más tarde. Casi tres décadas, toda una vida. En 1994 pasé un verano inolvidable con gente que luego sería muy importante en el periodismo valenciano. Salíamos un par de veces a la semana, y en aquel momento se decidió hacerlo diario. Nos conocíamos en el CEU y nos íbamos todos a la Avenida Aragón a aprender. Contaremos cosas de aquella generación, porque son amigos, y porque son referencia ya en muchos campos. Me siento como un niño con zapatos nuevos, porque esto me gusta, es mi vida, es mi mundo, y creo que ahora mismo todos debemos aportar nuestro grano de arena en una situación muy delicada, de la que iremos hablando poco a poco con el permiso de mi director, Rafa Marín, al que le quiero dar las gracias por este rincón. Vivimos cosas intensas hace ya unos años, pero ahora te confieso que estoy igual de nervioso, ¡runner!

El Valencia era el centro de mi vida en aquel lejano 1994, y de alguna manera, lo sigue siendo hoy en día. Las guerras y el barro forman parte del día a día, pero la esencia no puede cambiar, debe ser la misma. Es preciso, es necesario, es casi obligado. Como aquel entonces, sigo teniendo esa capacidad de regenerar mi valencianismo cada fin de temporada, porque la cabra tira al monte, y no puedo entender el fútbol sin que sea así. Haber sido periodista, presidente de club de fútbol, director general, director deportivo, agente de jugadores y mediador en compra y venta de clubes te da mucha más perspectiva. Pero la pertenencia… la pertenencia es la pertenencia, y a ti te conocí en la calle (siempre en el recuerdo, don Jesús).

Hay que posicionarse antes de empezar. Quizá no sea obligatorio, pero yo lo entiendo como muy conveniente. He defendido a Peter Lim, cuando he creído que era bueno para el Valencia. Como todos, no entiendo qué pasa aquí desde el verano de 2019, y como todos, este último año he sentido miedo, vergüenza, enfado, rabia, pero sobre todo, valencianismo. Ese sentimiento está por encima de cualquier circunstancia coyuntural que se pueda dar. Dicho de otro modo, somos del Valencia mande quien mande, entrene quien entrene y juegue quien juegue. Con respeto a quien piense distinto, otra clave de la que hablaremos largo y tendido, todos éramos del Valencia antes de Meriton, lo somos en tiempos de Meriton, y lo seguiremos siendo cuando Meriton se vaya.

Soy de los que ve la cara de Bordalás en Mestalla el día de su presentación, y no puedo pensar en Lim o en Murthy, sino en cómo será su equipo. Cómo atacaremos, cómo defenderemos, cómo competiremos. Tengo también muy claro que estos pensamientos no están de moda, y no me gusta, aunque entiendo que sea así por una gran parte del entorno. Al técnico alicantino lo conozco desde hace años, sé de primera mano las ganas que tenía de venir aquí, y su entorno me cuenta que no ha considerado nada más de lo que tenía encima de la mesa. Porque entrenar a un grande como el Valencia (que lo somos, por muy constipados que estemos ahora), es el gran sueño de un inmenso número de entrenadores. Seguramente también el de Javi Gracia. Pero sean cuales sean las circunstancias, te debes adaptar a ellas. Rebelarte contra la adversidad, nada más. Y nada menos.

Si miramos un poco dentro de nosotros mismos, el Valencia es lo que mueve nuestra vida. De una manera o de otra, pero lo hace. Porque es mi abuelo, mi padre, mis recuerdos de niño, oler a puro llegando al campo, mirar las banderas en la antigua general de pie, oler a hierba recién cortada pegado a la valla a la altura del sector 8. El ascenso del 87, el gol de Roberto al Madrid en el 92, cantar Lubo Lubo, dejarte la garganta en Madrid en el 95 con el gol de Mijatovic, chillar como un loco el de Arroyo al Espanyol en el 96 (que hacía que pudiéramos ganar la Liga la última jornada). Y ya de ‘mayor’ y de profesional, todo lo que vino desde 1999. Cada uno tiene sus motivos, pero estos son los míos. Y no son negociables. Volver a la casa del deporte valenciano es un orgullo. Sentir el Valencia como cuando era un niño, igual que todos, una suerte inmensa.