El bocinazo final en el WiZink Center de Madrid hace un par de semanas no sólo puso el cierre a la temporada deportiva del Valencia Basket en el actual ejercicio, sino la clausura a un modelo y a un proyecto. El club taronja se propuso hace unos años rediseñar su fisonomía bajo la bandera de ‘La Cultura del Esfuerzo’. Hay quien pensó que era un paso atrás, un tránsito a la mediocridad, pero no fue así. La Fonteta ha visto desde entonces los mejores años del equipo, que tuvieron como colofón el primer título de liga en los algo más de 30 años de historia de la entidad.

Desde los despachos de Hermanos Maristas se espera otro giro. El ciclo exitoso de esa generación ha llegado a su fin y toca de nuevo virar. Aquí me quiero detener, en el relevo del banquillo. Ponsarnau pone punto y final a cinco años en el Valencia Basket. Llegó con el ánimo de resetearse tras su fiasco en Gipuzkoa. Su conexión con Pedro Martínez fue eléctrica. El cuadro taronja culminó un año de ensueño llevando a las vitrinas una liga que parecía quimérica. Luego, con Vidorreta, la historia no terminó tan bien.

Su destino le llevaba a Andorra. Hubo incluso despedida incluida entre sus colegas, pero en La Fonteta se valoró su implicación y la opinión de los jugadores para que siguiera. No fue un inicio fácil, presagio de su travesía posterior. Una estrepitosa derrota en Tenerife a punto estuvo de llevárselo por delante. El vestuario, siempre fiel al de Tárrega, dio un paso al frente y ganó en Belgrado. Fue el camino a una Eurocup que se culminó contra el ALBA.

Su forma de ser ha jugado en su contra. Que la plantilla estuviera con él no era gratuito ni casual. Ponsarnau siempre ha asumido a cara descubierta las bofetadas, críticas y dudas del exterior, y lo ha hecho porque es así. Eso, y el discurso del aprendizaje le ha pasado factura. Un sector de la afición se ha encargado de airear a bombo y platillo una propaganda en contra del técnico aprovechándose del carácter conciliador, pausado y educado de Jaume. La conclusión es que era el único culpable en las derrotas y ausente de mérito en los triunfos.

Se le ha acusado de falta de carácter, pero a nivel táctico su idea de baloncesto ha sido la de jugar bien, aunque penalizado por la irregularidad. Ponsarnau no es el mejor entrenador de Europa, pero enfocar sólo a cuestiones de talante los males del equipo no es justo. Con Derrick Williams ha habido un ejemplo claro. Muy pocos entrenadores, por no decir ninguno, hubieran dado tantos minutos y oportunidades a un jugador que ha demostrado menos que nada. De nuevo, su paciencia y perseverancia le llevaron una y otra vez a tratar de reconducir a un jugador que al final ni quiso ni pudo. Por el camino, decisiones injustas para otros jugadores. Si Ponsarnau no hubiera hecho eso, habría sido infiel a sí mismo, aun reconociendo el peaje de esas decisiones.

En cualquier caso, el fin de la etapa Ponsarnau era necesario. Su sentencia pública ya estaba determinada y aunque no ha sido ese veredicto popular el que ha marcado el botón rojo, el no cumplimiento de objetivos obligaba a ello de manera irremediable. Otra decisión hubiera marcado una campaña en la que ineludiblemente la confianza no hubiera estado lo suficientemente asentada y en cualquier momento hubiera saltado por los aires.