El día siguiente siempre es el peor. En el fragor de la competición, con la frustración en los labios y el corazón latiendo aún a mil por hora, la amargura del fracaso se mastica con ansia y sólo duele la rabia. La digestión llegó el viernes. España fue muy inferior a Eslovenia. Esa es la realidad. Y el campeonato ha mandado a la selección nacional a la lucha por el tercer y cuarto puesto. Por una medalla de bronce. Que no es poco. Una 'chapa', hace 20 años, era un imposible, lo más de lo más.

Pero esta generación de oro nos ha (mal)acostumbrado al éxito de tal forma que ahora todo tiene un sabor distinto. Como insuficiente.

Se han hecho ya concienzudos análisis sobre el grave accidente del jueves. Eslovenia leyó mejor el partido, tuvo el acierto exterior del que careció España y mostró más hambre, más ganas, más ansia por ganar, más actitud y pasión. En el deporte y en la vida, las generaciones pasan. Vienen otras. España lleva tiempo preparando el cambio y hay un futuro brillantísimo en el equipo nacional. Hay gente que viene detrás, con presencia ya en esta selección. Un equipo, recordemos, sin Llull, sin Rudy y sin Abrines. Ni Felipe. Y sin Mirotic o Ibaka. Con poca pólvora en el exterior.

Venga lo que venga (que es mucho), no habrá otro Pau Gasol. Y, en su medida, otro Juan Carlos Navarro. Cada uno en lo suyo, los dos han sido los líderes de esta generación del 80. Con Pau por encima de todos.

Como, probablemente, uno de los tres mejores deportistas españoles de toda la historia. Y esta obra perfecta del baloncesto español no merece irse de vacío de este Eurobasket. No puede abandonarse. Porque, más allá del juego, transmiten una serie de valores, indestructibles al desaliento. Ellos son también ejemplo fuera de las pistas. Son una 'Familia'. Y esta familia también puede lucir esta vez un bronce 'dorado'.