Vestida de blanco y contra una Italia igual de atrincherada que en Boston 94, pero sin la gracia de aquella tanda de Viena 2008 que cambió el signo de los enfrentamientos contra la Azzurra y significó el inicio de la época dorada de la Roja. España perdió esta vez en los penaltis contra una Italia a la que mantuvo sometida en su campo durante largas fases. Wembley vio caer a una selección que merodeó la final con una exhibición de identidad, dejándose la piel con un fútbol juvenil que en ocasiones se confunde en fragilidad, pero que ha crecido contra los pronósticos, contra la crítica, contra los rivales.

Contra el colmillo, la experiencia, el callo y el oficio de una Italia que se atrincheró en su contragolpismo académico para sacarse de encima el dominio de una España agigantada en la exhibición de Dani Olmo, que firmó la primera gran noche de su carrera por mucho que fallara su penalti en la tanda. Morata, otro exponente de una selección de antihéroes, falló la otra pena máxima decisiva. Ambos fabricaron el gol, el gran gol de la igualada. Así de traicionero y único es el fútbol.

En el torneo que ha redescubierto el canto colectivo de los himnos, la ausencia de letra en el español ayudó a que la puesta en escena fuese la de rostros pétreos, sin parpadear, mirando a la historia como bustos renacentistas. Enfrente, Italia gesticulaba y cantaba como si cada internacional viese desde casa el festival de San Remo, en un torneo que empezó sin Battiato y acabará sin la Carrà. España, mesurada en el gesto, tenía un plan definido. Luis Enrique, el líder de este bloque joven y pasional, introdujo un falso 9 con un ataque formado por Ferran Torres, Oyarzabal y Dani Olmo para atraer las marcas de dos centrales sabios y pesados como una vieja enciclopedia, como Bonucci y Chiellini.

Las primeras posesiones de España parecían imprecisas, con pases en el alambre, pero a fuerza de entrar en calor con la posesión, con la pausa de Busquets y las elegantes conducciones rompiendo líneas de Pedri, se instaló en el campo rival. Italia, la Italia contracultural que tanto ha disfrutado en este torneo jugando al ataque, quedó desconcertada y se refugió en las viejas costumbres del catenaccio tras el primer pase de Pedri a Oyarzabal, que se le quedó corto cuando enfilaba a Donnarumma (minuto 12). Mancini rescató el libro de recetas de la abuela en una “Azzurra” que se replegó ordenada para intentar adivinar las indetectables entradas por sorpresa de Ferran, Olmo y Azpilicueta.

En el 14, Ferran fintaba a Jorginho y probaba desde la frontal, teniendo quizá otras alternativas. Fue una constante en los ataques de España, que desbordaba pero elegía mal el último pase o lo ignoraba con individualismos. En el 25 Olmo desde el punto de penalti definió bajo y seco, intuyendo que Donnarumma (1,97 metros) no caería al suelo a tiempo,pero el meta respondió con elasticidad.

Se instalaba una sensación agradable en Wembley. Da igual que esta selección tenga más futuro que certezas, o que Viena, Johannesburgo y Kiev quedan lejos, cuando un equipo ha sido hegemónico, queda el recuerdo, el legado indeleble que condiciona a rivales. Es el “jogo bonito” de una Brasil europeízada desde hace décadas, la evocación eterna de Maradona, la memoria de Iniesta en el trote de Pedri. Sin la contundencia en las áreas de sus días felices, pero España jugaba con grandeza. Italia encontró aire en las escapadas verticalísimas de Insigne, que encaraba a un Azpilicueta desasistido por Oyarzabal. En una de esas incursiones, rozando el descanso, asistía a Emerson, que estrellaba el balón en la cruceta. Era un aviso de que Italia apenas había chutado, pero que necesitaría muy poco para morder.

Goles tras el descanso

España seguía mostrándose valiente tras el descanso. Di Lorenzo desviaba a córner un envío en diagonal de Olmo que Ferran se prestaba a embocar. Busquets insistía con un disparo alto. Toda la falta de precisión en el remate de España la contrarrestó con calidad Italia a la hora de partido, en una contra de manual, nacida de los guantes de Donnarumma y finalizada con maestría por Chiesa, con la misma intuición goleadora de su padre Enrico.

Con el tanto en contra, España se lanzó al ataque, con Morata de nueve de referencia. En el 64 Oyarzabal no enganchaba de cabeza un espléndido pase de cuchara de Koke y en el 66 Olmo ajustaba ligeramente fuera. La noche en Wembley parecía tomar la emoción frustrante de aquella tarde de 1994 en Boston. Pero España, si caía, iba a ser sin rifar un pelotazo, por mucho que apretase el cronómetro y el corazón. Y Morata no era Julio Salinas. Y en el 80, Morata (el de los tuits de mofa, el de los memes) encaraba en solitario la fortaleza defensiva italiana, encarando a Bonucci y Chiellini, que cayeron en el trampa de su compañero juventino. Morata la tocó en una deliciosa pared con Olmo. Definió ante Donnarumma con la alegría de los partidos en el recreo. A Italia se le hicieron largos los diez minutos antes de llegar viva a la prórroga, con una mano sospechosa de Chiellini de por medio.

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En Italia, tan a gusto en el agonismo de las prórrogas, Chiellini celebraba con los puños cerrados la serie de disparos, rebotes y rechaces que casi acaban en el gol de Morata en el 98. En el 101 la ocasión era de Llorente. En la segunda mitad del tiempo extra, Berardi marcaba en fuera de juego y Alba, con el brazalete, sacaba su particular vena canchera y Pau Torres evitaba con la espuela una contra italiana, aliviada con la ausencia de Busquets. Los penaltis seguían sin ser un buen negocio para España, pero no encontró en Thiago el mejor conector a las piernas frescas de Llorente.

Chiellini dominaba la escena previa, a carcajadas con un Jordi Alba a quien no le hacía gracia tanto histrionismo. Como un funambulista, Unai Simón danzaba por la línea de cal para interceptar el primer disparo de Locatelli, pero Olmo la enviaba arriba. Los siguientes lanzadores no perdonaron hasta el error de Morata. Y Jorginho definió el definitivo como los brasileños. El honor no es suficiente, para tanta tristeza.