Año 1990. La familia Tahirovic reside en Sarajevo pero la situación, con continuos escarceos bélicos entre ortodoxos, católicos y musulmanes, se hace insostenible hasta el punto de forzar a Ramiz, el padre y cabeza de familia, a huir por carretera junto a su mujer Hajrije y su hijo Emra rumbo a Suecia. Allí se refugiaron en la ciudad de Orebro y una vez instalados allí fue cuando, apenas un año después de su salida, estalló el conflicto bélico en Bosnia, una guerra que históricamente será recordada como la más cruenta de cuantas asolaron la península Los Balcanes en la década de los noventa. El propio Emra explica su historia: «Yo era muy pequeño y apenas tengo recuerdos pero fue en 1990 y por razones lógicas tuvimos que partir. Allí quedaron familiares y amigos pero mi vida se forjó desde ese momento en Orebro, donde empezamos de cero».

Por suerte para Emra, en Suecia inicio una nueva vida que, además de alejarles a él y a su familia del foco del conflicto, le ayudó notablemente a convertirse en una firme promesa futbolística que ha llegado esta temporada al fútbol español buscando la fortuna que le ha faltado anteriormente. En el fútbol base del equipo de su ciudad de acogida —tiene la doble nacionalidad sueco-bosnia—, Orebro, empezó a dar sus primeras patadas a un balón y de allí ficho por el Halmstads sueco donde inició su andadura profesional precozmente empezando a jugar de forma profesional cuando contaba con 19 años.

Allí le vio el LOSC Lille antes de contratarle previo pago de dos millones y medio de euros y en la ciudad francesa llegó a coincidir con Patrick Kluivert como jugador en activo aunque la falta de minutos y una oferta del Zurich le hicieron viajar a Suiza en el curso 2008/2009 para después jugar como cedido primero en el Orebro sueco, luego en el MVV Maastrich holandés y ahora en el CD Castellón: «todo futbolista desde pequeño anhela llegar a un país como España donde desde hace años recalan los mejores futbolistas. Yo he venido al Castellón dispuesto a devolver a este club a estar en la categoría donde estaba y, aunque hemos empezado empatando un partido y perdiendo otro, estoy convencido de que vamos a reaccionar porque aún nos quedan 36 y lo que importa es cómo se acaba».

Emra, de enraizada cultura musulmana —no prueba la carne de cerdo—, de momento se comunica en inglés con sus compañeros, aunque ya empieza a chapurrear el castellano.