Zidane esbozó su última sonrisa con el Real Madrid en Kiev. Este jueves fue un momento duro y serio. Deja un puñado de títulos en la vitrina de la T4 del estadio Bernabéu, un escaparate que se va a reformar porque las 13 Copas de Europa comienzan a apiñarse y no pueden respirar.

Zidane ha sabido aplicar el 'laissez faire' en un vestuario donde es preciso combinar orden y tacto a la hora de dirigir estrellas. El día que anunció en el Madrid su deseo de apuntarse al gremio de entrenador, fue una bomba. Nadie en el fútbol podía imaginar que Zidane algún día fuera a convertirse en entrenador.

Era un tipo frío, poco hablador, algo distante y poco dado al folklore. Sin embargo, Zizou tiró abajo todas las dudas que se presumían con unas primeras comparecencias ante la prensa espectaculares.

Dueño del escenario, Zidane comenzó a exhibir una sonrisa cautivadora, a responder cuestiones comprometidas, sacando dientes, y no dando importancia a asuntos que parecían trascendentes.

Y en el campo, fue tirando prejuicios uno detrás de otro. Decían que la BBC era intocable. Y se cargó el mito. Benzema se fue al banquillo. Y Bale también. El galés incluso ni jugó de titular la última Champions en Kiev. Luego lo puso en el campo y regaló la famosa chilena que tumbó al Liverpool.

Zidane apeló a la meritocracia. No lo hizo con urgencia. Eso es verdad. Entrar en el equipo titular no es fácil y tener contentos a 22 jugadores toda la temporada es un desafío a prueba sólo de los más grandes.

Con Zidane jugó Isco, tiró de Marco Asensio en las grandes citas, confió a ciegas en Keylor Navas, impuso un centro del campo Modric-Casemiro-Kross, que se hizo indiscutible, y manejó con mano izquierda los berrinches de Cristiano Ronaldo.

Después de tres años, Zidane necesita un cambio de aires. Siempre fue dueño de su futuro. Florentino Pérez fue su gran valedor. El confío en él a ciegas. Y acertó de pleno. Lo fichó con una servilleta. Zidane en su día, se fue de jugador, con contrato en vigor. Y se marcha ahora de entrenador, en lo más alto de su carrera, con el Madrid repleto de éxitos.

En los últimos años, Mourinho dejó huella en el vestuario. Sus cercanos cuentan como cambiaba tácticamente con pasión los partidos sentado en el suelo moviendo las botellas de agua de Solán de Cabras.

Zidane es de otro estilo, de otra pasta, sabe cuando el jugador quiere estar solo, cuando necesita la caricia, supo usar el palo y la zanahoria. Los futbolistas respetan su rango. Tres Copas de Europa consecutivas. Y Zidane se va cuando esta plantilla está ya en la línea de mirar a los ojos al de Puskas, Di Stéfano y Gento en la maquinaria de sumar títulos. Hay una ley no escrita que dice que un entrenador no puede estar más de tres temporadas en un club. Zidane ha hecho oficial esta tesis y ha puesto ese listón en los libros de fútbol.