"Siempre me imaginé lo mejor”, suele decir Diego Simeone cuando rebobina hacia el origen de toda su imponente, incontestable e inigualable era como entrenador y líder del Atlético de Madrid, un 23 de diciembre de hace diez años, cuando no sólo desafió la deriva de un equipo y un club en depresión, sino que lo reactivó y lo relanzó de nuevo a la altura de su historia, rebajada por un presente que escenifica su peor momento en diez años, con cuatro derrotas seguidas de Liga, sin contundencia, sin fortuna y sin soluciones.

Al Atlético le han tirado once veces en la serie más reciente de cuatro encuentros de la Liga. Ha encajado ocho goles. Y el Atlético ha intentado 53 tiros en las cuatro citas más recientes del torneo para marcar tres tantos nada más; uno al Mallorca, uno al Sevilla y uno al Granada. “No está queriendo entrar”, se lamentó el Cholo.

Su equipo tan solo ha contabilizado ocho triunfos en sus últimos 22 choques (diez en 24 en toda la campaña), con el agravante de que nada más haya ganado dos de sus siete choques más cercanos. Ha perdido 20 de los últimos 39 puntos en la Liga y sólo ha terminado tres partidos de sus últimos 18 sin daño en la meta de Jan Oblak. Es un Atleti desfigurado. Irreconocible. A 17 puntos del liderato del Real Madrid. Y es el actual campeón.

LEGADO ETERNO

Sin embargo, y por muy malos que sean los números de este curso, nadie podrá reprochar nada a un técnico que recuperó la grandeza de un equipo que no se sentía en tal dimensión desde los años 70 y que alcanzó hitos que nadie intuía hace diez años, cuando reapareció el Cholo en su vida, para conquistar ocho títulos, para derribar el duopolio del Barcelona y del Real Madrid, para ser grande otra vez en Europa, para ser el técnico más ganador de la entidad y para alcanzar e incluso superar a Luis Aragonés, la leyenda más grande y eterna del banquillo