Mundial de fútbol

Prostitución de lujo, alcohol y drogas: nada está prohibido en Qatar si puedes pagarlo

El moralismo de la ley islámica solo rige en el emirato durante el día y en espacios públicos a la vista de todo el mundo

Sergio R. Viñas

El recibidor desprende una sensación híbrida entre un hotel de lujo, un centro comercial y un edificio de oficinas. Nada más entrar por la puerta de cristal, un aparatoso control de metales aguarda al visitante. No extraña, en este país los hay en casi todos los espacios cerrados. Cartera, móvil y mechero fuera de los bolsillos y un vigilante africano, como casi todos los que se dedican a esta función, da el visto bueno a nuestra visita.

A la izquierda, una mujer vestida al estilo occidental atiende un mostrador en el que se venden bisutería y colonias. El reloj pasa ya de la medianoche, pero ahí sigue, en Qatar los horarios comerciales son infinitos. De frente están los ascensores, con la planta 14ª bien marcada en los pulsadores con el nombre buscado.

Era ahí donde nos dirigíamos. Es miércoles 9 de diciembre, el primer día sin partidos de todo el Mundial después de dos semanas y media a pleno rendimiento. Un buen día para compartir mesa y mantel para cenar con cierta relajación y después tratar de tomar algo con amigos. Nos hablan de un hotel de lujo cerca del paseo marítimo de Corniche, en el centro del triángulo que forman el zoco de Souq Waqif, el Museo Nacional de Qatar y la terminal de cruceros de Doha. En la 14ª planta de un hotel que cobra un mínimo de 282 dólares por noche durante el Mundial, según compruebo después en el listado que nos facilitó el emirato hace meses, hay alcohol y fiesta, nos garantizan. Apetece comprobarlo.

Un oscuro pasillo

El ascensor abre sus puertas en nuestro destino. Frente a la luminosidad del recibidor, ante nosotros se presenta un pasillo oscuro, mal iluminado, y un nuevo vigilante de seguridad que nos invita cortésmente a dirigirnos hacia nuestra izquierda. Unos metros más allá, hacemos una pequeña cola delante de un mostrador sucio y desordenado, igualmente oscuro.

Me fijo en él mientras espero mi turno y observo pasaportes apilados. Tengo claro que no les voy a dejar el mío y que, si esa es la condición para entrar, me daré la vuelta y me iré a dormir. No lo es, al menos para nosotros. Simplemente quieren hacerle una foto a nuestra Hayya, el visado digital que ha creado Qatar para el Mundial. Aceptamos a regañadientes y cruzamos la pequeña puerta que queda hacia nuestra izquierda.

Ante nosotros se presenta un local extraño, híbrido de muchos establecimientos diferentes. A la izquierda hay un mostrador con una verja medio bajada y carteles de venta de hamburguesas y perritos calientes. A la derecha, mesas altas con música occidental interpretada en directo. Al frente, una barra decorada al estilo irlandés en la que se dispensa cerveza y licores de alta graduación.

Alcohol a escondidas

Para entonces ya sabíamos que el presunto veto al alcohol en Qatar es una gran farsa. El régimen no prohíbe su consumo, solo veta que este se haga a la vista de la sociedad, a excepción de las 'fan zones' durante el Mundial. No hay en Doha una sola terraza en la acera o un bar a pie de calle en el que se venda alcohol, todos los puntos de venta son en espacios privados y no aptos para todos los bolsillos. Sí para los de un occidental medio, pero no para la inmensa mayoría de inmigrantes que trabajan en el país. Es una de tantas hipocresías que inundan el país: los vicios solo están prohibidos, en la práctica, para los pobres.

El olor a tabaco del antro lo inunda todo. No hay ningún qatarí en la planta 14ª o al menos no hay nadie vestido con una túnica, como suelen hacerlo ellos. Hay occidentales que, deduzco, también están en Doha por el Mundial e inmigrantes de India y Bangladesh que bailan animosamente y te invitan con alegría e insistencia a hacerlo con ellos. Deduzco que los pasaportes que había sobre el mostrador de la entrada eran de estos chicos jóvenes, desprovistos de la Hayya por su condición de inmigrantes residentes en Qatar.

Prostitución nada encubierta

La mayoría de quienes estamos ahí somos hombres. Pronto nos damos cuenta de que la hipocresía con el alcohol es, de largo, lo de menos. Está sucediendo ante nuestros ojos algo mucho más grave: casi todas las escasas mujeres del local son mujeres prostituidas, todas ellas de piel negra. Tratan de ejercer su ‘trabajo’, pero no lo hacen de forma invasiva. Si las miras, te devuelven la mirada, pero no toman la iniciativa, esperan a que el putero lo haga si quiere. No percibo que haya ningún ‘chulo’ a su alrededor, aunque seguramente sí lo haya. Quizá sea el propio personal de seguridad el que ejerce esa función, deduzco.

La prostitución es ilegal en Qatar, con penas de hasta 10 años de cárcel para quien la ejerza y para quien la consuma. Es un delito grave que además atenta de manera frontal contra los principios islámicos que, en teoría, rigen este país. Sin embargo, solo hemos tenido que cruzar un control de seguridad y enseñar nuestra Hayya para llegar hasta aquí. Ha de ser, por fuerza mayor, un negocio consentido por parte de las autoridades del régimen en espacios como este.

Dos plantas más arriba

Tomamos un par de cervezas, al módico precio de 13 euros cada una de ellas, mientras contemplamos las escenas. Los inmigrantes asiáticos ni se acercan a las mujeres, pero algunos occidentales de aspecto anglosajón sí lo hacen. Las manosean y besan. Uno de nosotros vuelve del baño y nos cuenta que una de esas chicas le ha animado a que subamos dos plantas más arriba, a otro local del mismo hotel. La curiosidad nos puede y decidimos aceptar la invitación.

Volvemos a cruzar el oscuro y deprimente pasillo y subimos hasta la planta 16ª. El aspecto cuando se abre el ascensor no tiene nada que ver con el que había dos pisos más abajo. Es el de un pub normal y corriente, con dos empleados de seguridad en la puerta que, de nuevo, reclaman fotografiar nuestra Hayya digital.

En el interior, en cambio, todo es distinto salvo el humo de los cigarrillos. Los inmigrantes asiáticos han desaparecido de la escena, este es claramente un local solo para occidentales y por eso nos han animado a venir a nosotros. Concluyo que nos han ayudado a separarnos de personas que, según su lógica clasista, son inferiores a nosotros. Las consumiciones han multiplicado su precio al subir dos plantas. Y sigue habiendo muchas mujeres prostituidas, pero eso también es distinto. Aunque a simple vista no lo parece, lo que hay en la planta 16ª se acerca más a un prostíbulo que a un pub.

Kenia, Nigeria, Etopía...

A diferencia de las prostitutas del local anterior, aquí no esperan a que las mires o a que tomes la iniciativa. Se acercan sin disimulo y te preguntan de dónde eres. Si perciben el más mínimo interés por la conversación, enseguida colocan su mano sobre tus genitales. Físicamente, son mujeres que se ajustan mucho más al canon de belleza occidental imperante. La mayoría son africanas, de Kenia, Nigeria, Eritrea o Etiopía, aunque también las hay asiáticas y georgianas. Queda la duda de cuántas de ellas habrán sido engañadas para llegar a Qatar y estarán siendo explotadas sexualmente contra su voluntad. Hay muchos indicios para pensar que la ha ocurrido así con la mayoría de ellas.

Entablo conversación con varias de las mujeres con el ánimo de conocer su historia. Ninguna me la quiere contar. En cuanto comprueban que aparto su mano de mi pantalón y que no tengo interés en sus servicios, se alejan. Una me pregunta directamente, tras intercambiar brevemente información sobre nuestros respectivos países de procedencia, si me voy a ir con ella y le digo que no. “Gracias por no hacerme perder el tiempo. Que tengas una buena noche”.

Estrictos hoteles

Las prostitutas, como he explicado, preguntaban si nos íbamos a ir con ellas, nunca si las íbamos a llevar con nosotros. Y no es este un detalle menor. En Qatar no está permitido pasar una noche con alguien que no sea tu cónyuge legal y los hoteles están en alerta para que eso no ocurra. Un compañero con problemas de espalda me contó que quiso contratar los servicios de un centro de fisioterapia que le habían recomendado para que le diera tratamiento en su hotel. Le dijeron que no era posible, fuera el profesional un hombre o una mujer. Otro recibió la visita de una amiga en un apartamento que compartía con otro compañero periodista. Tras mucho insistir, la dejaron pasar, advirtiéndole de que antes de las 22.00 horas se tenía que marchar. Pasaron por su apartamento a recordárselo después, cuando se acercaba la hora límite.

Un taxista me explicó un día que hay hoteles que se saltan esa norma y que él queda todos los viernes con su novia en uno de ellos. Si les pillan, se arriesgan incluso al cierre, pero hay a quien le compensa el riesgo. Le cuento mi visita a las plantas 14ª y 16ª del hotel de lujo y no le extraña nada de lo que le digo. Aprovecho su aparente conocimiento de la noche escondida qatarí para preguntarle si también le consta que haya prostitución masculina en Qatar. “Claro que sí. Si puedes pagarlo, aquí tienes lo que quieras”.

"Mercado negro"

Eso me recuerda que unos días atrás había visto a un trabajador de una famosa tienda de ropa fumando un cigarro electrónico. Yo también lo hago, pero no había sido capaz de comprar recargas en ningún sitio de Doha, así que le pregunto dónde las consigue. “En el mercado negro, es la única opción que hay, pero es muy caro”, me advierte. Aproveché para descubrir si ese “mercado negro” también ofrecía drogas. Me dice que claro, que le diga qué quiero porque me lo podría conseguir. Le digo, torpeza periodística la mía, que no quiero drogas, que solo era curiosidad. Cortó de inmediato la conversación, se despidió y se fue.

Deduzco que las mujeres prostituidas conocen uno de esos hoteles que hacen oídos sordos a las prohibiciones de la dictadura o que tienen su propio espacio para ofrecer sus servicios tras concertarlos en el hotel. Una de ellas no se corta y se acerca a mí con determinación: “Por 500 dólares te puedes venir conmigo”. Prostitución de lujo. Una hora después, cuando las luces del local ya se han encendido para el inminente cierre, regresa para ofrecerse por 100 dólares. Seguramente ni recuerde que ya se había dirigido antes a mí.

Son las 3.00 horas y la planta 16ª del hotel está a punto de cerrar sus puertas. Es el momento de irse a dormir. El mostrador de colonias y bisutería ya ha cerrado. Ahí sigue el personal de seguridad, controlando que no se monte escándalo. Los taxis aparecen y en ellos se suben algunas prostitutas con puteros. Me despido de mis compañeros de noche y me voy caminando hacia mi hotel. Un poco más allá hay un coche de policía que, con seguridad, ha presenciado la evidente escena de mujeres prostituidas y puteros, duramente castigada por la ley. No les importa. Eso me confirma que en Qatar nada está prohibido mientras lo hagas con discreción y, sobre todo, puedas pagarlo. Cuánta hipocresía.