Llorente es un ejecutivo al que le gusta formar equipo. Una declaración de principios nada singular, pero que tiene una sustancia particular que les paso a explicar. Del actual núcleo duro del Valencia, el presidente sólo hubiera contado para su segunda etapa en Mestalla con dos de sus más estrechos colaboradores actuales, Javier Gómez, ahora en la vicepresidencia y Jordi Bruixola, director de relaciones externas. El resto es una herencia envenenada del último año de Soriano. El mérito estriba ahí. Aún, y no será por falta de motivos, no ha pagado el finiquito de los anteriores irresponsables que pululan por las oficinas del club. Sabe que algunos todavía están agradecidos a quien los colocó, pero nunca los juzgará por fobias sino por la capacidad de trabajo, aunque algunos confunden la gimnasia con la magnesia.

En el terreno deportivo lo más fácil hubiera sido un recambio total, que nadie, ni sus enemigos ancestrales se lo hubieran reprochado. Sin embargo, no sólo ha comprometido su palabra para cumplir con los contratos firmados, sino que encima los motiva como si fueran su apuesta personal. Por eso no entiendo la capacidad de autodestrucción que genera el actual entorno presidencial, salvados los mencionados Gómez y Bruixola. Encima como quieren quedar bien con sus respectivas hipotecas, algunas de alto interés y larga duración, así les va.

Como espero que aquí no se llegue al vergonzoso tema de espiarse entre ellos, lo mejor que puede ocurrir es que el equipo gane esta noche al pupas del Atlético y luego el jueves al Génova, para que se tranquilice el panorama y se pueda diseñar el presente y el futuro del Valencia con sosiego. Por eso, lo más importante es que Mestalla vuelva a ser la caldera de las grandes ocasiones para que al menos se visualice que la afición blanquinegra siempre ha ido por delante de los coyunturales ejecutivos de la entidad, porque el prestigio futbolístico de un equipo se mide en el terreno de juego, nunca en los despachos, para desgracias de los profetas.