El título del libro de Eduardo Galeano viene al pelo para describir la situación del Valencia. Nadie entiende cómo el equipo puede ofrecer un partido tan serio ante el Villarreal y tan mediocre ante Osasuna como pasó tan sólo unos días antes. Mucho menos cómo puede aguantar muy bien al Barcelona cuarenta y cinco minutos y dejarse sorprender por el Zaragoza. El escritor uruguayo transforma el gol en una pequeña parábola bíblica en sus textos, pero el conjunto blanquinegro es una metáfora alextímica, o sea, con tendencia al síndrome de fatiga temporal. Aunque mi teoría, más pedestre que científica, es que el grupo se motiva en los grandes duelos y descuida los otros. A lo que se podría añadir que el alma colectiva se pierde cuando falta Albelda. Un papel que se repartían antaño cuatro o cinco futbolistas y que ahora asume en solitario el gran capitán. El tiempo pasa y sigue sin haber nadie, veterano o novel, que asuma ese rol

Sol

La tecnocracia del deporte profesional —escribe Galeano— ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía. Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado que se sale del libreto. Quizás es el momento de reivindicar la acracia, al estilo Guaita, que descabalgado sobre el papel aprovecha la sustitución para pasar de secundario a protagonista. O también Stankevicius, un jugador que viene del frío pero reclama el calor del buen remero. Incluso Maduro, el discreto holandés que sin ruido siempre da el máximo. Quizás ese pelín de libertad individual que dejan los técnicos es el que mejor le viene a Mata, a Pablo y a esos magos del balón como Joaquín, Aduriz y Soldado.

Sombra

Galeano es tan atrevido que en sus libros no aparece Mourinho, el autoproclamado inventor del fútbol. Ya se sabe que la literatura inmortaliza a los grandes personajes y o mucho cambian las cosas o el luso está a punto de pasar a la historia por tirarle el pulso más cínico, y mira que lleva unos cuantos, a Florentino, que exhibe cara de arrepentido. Eso pasa por alimentar el gansterismo.