Lástima. El madridismo y también el resto del mundo se perderán —o eso parece— el enfrentamiento estrella del verano, el esperado y deseado Brasil-España. Kaká, radiante y feliz después de ser liberado por Florentino del yugo del Milan —y con sus nueve millones netos al año, no lo olvidemos—, no se encontrará con Villa, triste y esclavo del Valencia, que no le deja irse al Real Madrid. Obama tiene la culpa. No, we can't. No podemos, no pudimos, no podremos, salvo que Kaká se deje perder para darnos el gusto o que Sudáfrica haga sonar como nunca la vuvuzela y saque del partido a Brasil. La situación no tendría desperdicio. El domingo, la FIFA podría plantearse hasta jugar primero la final y después, en el prime time, dar el duelo entre Villa y Kaká. Podrían hasta permitir que Cristiano, ya que todos hablan portugués, juegue con Brasil.

Y ya puestos, que Paris Hilton lo haga con España. Sería el partido del siglo. Pero nada de eso va a pasar. La realidad es que la Copa Confederaciones empezó anoche a ser un poco historia y, a falta de final para España, lo que se avecina es el desenlace final del asunto Villa. El Valencia da el caso por cerrado y el Real Madrid juega a lo mismo. El Barça, por cierto, no está claro todavía a qué juega. Pero, aunque el empeño de Manuel Llorente de quedarse con el Guaje es real, algo dice que en cuanto Villa regrese a España aún se va a hablar mucho de ésto.