De Tino Costa llama la atención su mirada alerta, su interés por saber más cosas y el desinterés por muchas de las que preocupan al prototipo de futbolista joven, rico y famoso que conocemos. Quizá porque a los 25 vivió tanto que ya no es joven, ni le llega —aún— para rico y está lejos de creerse famoso. Pero escuchando lo que dice uno llega a pensar que el fútbol tiene remedio, que no todo gira alrededor del papel moneda y que, de verdad, con gente así es posible pelear contra el Real Madrid y el Barcelona con armas distintas como la ilusión, el hambre y por supuesto el conocimiento. Seguro que no es casualidad, pero no podía el Valencia traer a un jugador que encaje mejor en la idea. Porque estamos ante un futbolista y persona que representa los valores que persigue este club, cuando la humildad no se asocia al conformismo sino a la ambición. Un jugador que viene de abajo del todo y eso siempre es un valor añadido, sólo puede crecer, que no persigue ser un ídolo sino demostrarse a sí mismo que puede ser futbolista de un equipo que ha apostado por él. No lo tiene fácil para triunfar en el Valencia. De hecho, más bien a día de hoy lo tiene difícil, pero un tipo que cuando le proponen ir al casino se dice a sí mismo que no, que esa plata mejor se la mando a mi papá, cuanto menos merece que las cosas le vayan bien. Y un tipo que cuando estaba en la perdida isla de Guadalupe, en la que llaman la novena división de Francia, pensaba que alguien en algún lugar le estaría viendo, que podía llegar a jugar en primera división y además lo consigue, merece además que le dejemos jugar y demostrar que puede ser futbolista del Valencia. Porque si Tino Costa de verdad lo cree, seguramente lo es. Y nadie le dijo que iba a ser fácil.