Si esto fuera Fórmula 1 se podría decir que el Manchester, como Fernando Alonso en Singapur, ganó el partido por milésimas. Porque en el fútbol se puede empatar, que habría sido lo más justo, pero no ganar por 0,26 goles, por eso hasta esa victoria por la mínima parece un resultado exagerado para lo que, cada uno con su estilo y posibilidades, puso de su parte en esta noche del 29-S. Al menos aquí, en Mestalla, ganaron los rojos. Dicen que quien juega a empatar acaba perdiendo, pero es sólo una manera de hablar porque nadie juega a empatar y pone en el campo dos delanteros en los últimos 15 minutos. Es la trampa en la que, sin más culpa que la de tener menos horas de vuelo que su rival, cayó el Valencia. Poco o nada más se le puede reprochar a un equipo que lo dio todo y que por momentos demostró que podía con el Manchester, aunque en la recta de meta se impuso el motor más potente. El Valencia es primero en la misma Liga que juegan el Madrid y el Barça, hasta ayer lo era también en la Champions, pero a este nivel no se puede ganar siempre, aunque a veces elevamos tanto la perspectiva que hasta la luna nos sabe a poco.

Dentro del laberinto

El Valencia caminó cuesta arriba desde el primer minuto, en parte por la extraña presencia del Chori Domínguez en el equipo titular y también porque echó en falta a su director de operaciones. Era el otro argentino, Tino Costa. Se vació tratando de encontrar la salida del laberinto que pintó a su alrededor Ferguson. Lo traía en la libreta de notas desde su visita a Mestalla el día del Atlético. Cuando por fin la tuvo delante, a Tino ya no le quedaban fuerzas ni para cruzar la puerta. Fue como nadar y nadar para acabar ahogado en la playa, por eso los mejores minutos, quizá, llegaron con Manuel Fernandes. El portugués se encontró el centro del campo rival algo más descompuesto y aprovechó los espacios, en ese sentido lo tuvo más fácil más allá de lo que puso también de su parte. Así, el partido fue siempre una lucha entre el instinto y el cálculo. El Valencia atacaba mucho, pero era demasiado previsible, con balones a Pablo y Mathieu para ponerlos al área donde casi siempre faltaba rematador. El Manchester lo hacía poco y bien, hasta el punto de que el gol no llegó antes porque César estaba —como siempre— en su sitio y Rooney en su casa. Jeremy Mathieu, por cierto, parecía ayer el internacional, y no Evra.

Química

Emery busca la química con la afición y nunca antes lo tuvo mejor, porque cada vez que Soldado y Aduriz coinciden sobre el terreno de juego Mestalla se enciende. Ese factor 4-4-2 es algo así como las espinacas que tomaba Popeye, actúa sobre la grada y por contagio también sobre el equipo, o puede que sea al revés. El entrenador intenta dosificarlas, se supone que para no quemar a sus dos delanteros, para no dar demasiados datos a los rivales o para demostrar que hay un trabajo, alternativas, dinamismo. Ante el Manchester la fórmula no sirvió para ganar, o no fue suficiente o simplemente la pelota no entró, como se prefiera, pero tampoco se puede decir que ayudara a perder.

Árbitros

Los árbitros Champions, los más y también los menos malos, tampoco tienen dudas a la hora de barrer para el más poderoso. En el primer minuto de partido le hicieron a Pablo Hernández la misma falta que a Iniesta frente al Rubin Kazan, pero ya se sabe que lo que para unos no es ni falta a veinte metros de la portería, para otros puede llegar a ser hasta penalti. No hubo jugadas susceptibles de penalti ni goles anulados ni nada parecido, pero ojo, que en todas esas acciones que pueden ser falta o no ante la duda el húngaro no dio ni una sola a favor del Valencia. Y en cada partido hay al menos una docena.

VCF y Manchester

Como el partido nos dejó con una sonrisa ligeramente desencajada, no le demos más vueltas. Pese a la derrota, con el Valencia actualmente tercero y visto lo visto, parece que tanto el Manchester como el VCF no tienen mucha excusa para ser los dos equipos de este grupo en los octavos de final. Al tiempo.