Tiene el discreto encanto de la gente sencilla y como futbolista es, en el buen sentido de la palabra, bueno. Su fútbol simple como la poesía desnuda, desprovisto de ornamentos, exacto. Por eso jamás ha movido un músculo de más para bajar un balón a tierra, es esa manera de hacer que parezca normal lo más difícil de este juego lo que cautiva. La eficacia es, posiblemente, el mayor espectáculo posible en el fútbol. Y sí, hace cuatro años había que intuir que este jugador iba para estrella. Después había que ponerlo, siendo Juanín casi un niño, y cargarle esa responsabilidad en un momento delicado como pocos en la memoria reciente de este club. Muchos le ayudaron, otros no tanto, pero a fin de cuentas ha sido él quien se lo ha ganado. Porque como si no fuera nada son 22 años —nació cuando Sempere, Voro, Arias, Giner, Subirats, Arroyo y Fernando ya defendían esta camiseta— y camino de los 200 partidos con el Valencia. Hoy poco importa si esto lo debieron finiquitar mucho antes, si en todo este tiempo le han querido hacer más de un regate. Hoy poco interesa si al final, por lo de la crisis, le van a pagar más o menos. Hoy poco cuenta si un día en Madrid lo dieron por vendido al Barcelona o si llegará el día que en Barcelona lo den por traspasado al Madrid. Ni qué pasará si en unos meses llama a la puerta de Manuel Llorente Doña Escandalosamente Escandalosa. Hoy el negocio para el Valencia CF es poder decir aquello de ´este 10 es Mata´, es tenerlo y de paso que no lo tengan los demás. Hoy el beneficio más evidente de esta inversión es el mensaje de optimismo que, desde la capital de la Marina Alta y entre multitudes, envía el club con la renovación de su campeón del mundo. Un mensaje que habla de ambición y de futuro y que de momento aleja esa sensación perenne de que con esta firma el tema Mata no se ha acabado del todo. ¿Hasta cuándo? Puede que ni ellos mismos lo sepan.