Si el árbitro del partido hubiera actuado de manera lógica y responsable habría parado el juego cuando el balón estaba todavía en terreno del Espanyol, todo el mundo lo hubiera entendido, nadie habría protestado y, aunque hay que tener valor para encima expulsar al entrenador, Marcelino estaría para el partido del Barcelona.

Era así de fácil aunque para eso, además de aprenderse de memoria el reglamento, los árbitros tendrían que saber lo que es el fútbol. Entender que un jugador puede fingir que le han hecho una falta en un momento dado para perder tiempo, pero es cuanto menos para sospechar que algo ha pasado cuando, sin ninguna necesidad de perder tiempo, un futbolista se queda tirado en el suelo después de una jugada en que se lastima él solo.

Pero no importa, para otros Marcelino se lo merece porque además es reincidente y, por tanto, seguro que dio motivos para que lo expulsaran. Si el domingo no le dejan estar en el banquillo frente al Barcelona, ese día todos seremos Marcelino. No hay que desviarse un solo milímetro del objetivo, que es ganar el partido.

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