La Juventus enseñó en Mestalla la diferencia entre un equipo hecho y derecho frente a otro que simplemente no está. Ni merece la pena pararse a pensar si fue clave la extraña expulsión de Cristiano, el torpe e innecesario penalti de Parejo a Cancelo o el que después señalaría el árbitro a Murillo parece que para ajustar cuentas. No se decidió el choque como se suele decir por detalles, sino porque hubo un equipo que en ningún momento creyó que podía competir de la manera que fuese para ganar, ni con fútbol ni con intensidad. Un jarro de agua fría para toda esa gente que llenó el estadio y muchos más que, como consuelo, pensaban que la Champions lo cambiaría todo. Tal fue la abrumadora superioridad de los italianos que cuando se quedaron con diez antes de la media hora ya habían perdonado la vida en dos o tres ocasiones. La crisis de confianza es preocupante y esa ansiedad por ganar influye en el bloqueo emocional, porque este equipo no era así, pero también hay un mal momento de jugadores importantes que se traduce en incapacidad absoluta para imponerse tanto en acciones individuales como en el juego colectivo. Esto tiene solución y también hará falta la suerte.

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