Va a resultar que tenía razón Mateu Alemany, los resultados no eran tan malos. Queda claro que todavía pueden ser peores, aunque para ello se tengan que dar fenómenos casi paranormales como los que llevaron a que este partido acabara con victoria mínima del Girona. Perder así, para Marcelino, tendría que ser un aliciente, porque el equipo al contrario que otras veces sí generó más que suficiente para haber ganado con comodidad. Y si perdió, encima, fue por haberles regalado el gol que seguramente no habrían conseguido nunca. Sí, aunque las circunstancias ya dejan de ser importantes, da igual cómo sea el partido y contra quién, el resultado siempre es el mismo. Y como todos esos miles datos y estadísticas que manejan en un partido como este serán hasta favorables, pues aquí no pasa nada.

La derrota es tan dura, extraña y tan poco merecida que, en lugar de aliciente, también puede traducirse en un auténtico mazazo contra la débil confianza de estos jugadores, y contra la confianza no tan débil que el aficionado está demostrando con los suyos, pero que también empieza a decaer. Si un proyecto no se desmonta en dos meses, es de suponer que tampoco lo desmontarán en tres, así que ahora mismo el éxito o el desastre del proyecto centenario del Valencia depende única y exclusivamente de que la pelotita vuelva a entrar.

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