Decían que el partido no era de 90 minutos sino de 180 aunque, en realidad, la eliminatoria empezó hace mucho, en diciembre, justo después del sorteo, cuando el rival puso en marcha todos los mecanismos para convencerse de que podían hacer lo que vimos en San Siro. Un equipo más seguro de su fuerza, física y mental, de su fútbol fundamentalmente ofensivo, todos sus jugadores rematan a gol como si les fuera la vida. Después, en toda la travesía hasta la triste noche del 19 de febrero, les tocó la lotería con las lesiones de Rodrigo y Garay, más la baja de Gabriel. Lo que igual no esperaban es que el Valencia, con todos estos ingredientes, se plantara allí para hacer el partido que más les interesaba a ellos, como si para Celades y compañía el rival fuera un completo desconocido a pesar de los avisos que viene dando en estos meses, goleada tras goleada. Mal estudiante el entrenador, al que le puede costar el curso.

Lástima de Valencia CF, que además de dar demasiadas facilidades en sus cuatro goles falló ante la portería del italiano todo lo que no se puede en unos octavos de final. Ni en ninguna parte con futbolistas del nivel que se les supone. Y lástima de Champions, que después de liquidarse nada menos que al Ajax en Amsterdam le había dado a este equipo una oportunidad unica para volver a estar ahí, donde se la juegan los buenos de verdad. Queda la vuelta, pero ahora mismo en la única vuelta que estoy pensando es en la de los 150 aficionados en esos autobuses. Lástima.