No era José Ignacio Goirigolzarri el enemigo público número uno del valencianismo que en algún momento quisimos ver. Bastante tuvo con deshacer el chanchullo que tenía montado su antecesor para lucrarse personalmente y de paso saquear el patrimonio del Valencia CF. En vista de aquello, se puede comprender que cualquier candidato a comprar aquellas acciones y asumir la deuda con el banco era a priori sospechoso, por mucho que tuviera dinero y lo pusiera sobre la mesa como hizo Lim había que atarlo en corto, cláusula por cláusula. Y es lo que hizo el banco en una negociación que se dilató durante varios meses y que nos tuvo al borde de un ataque de nervios.

Está claro que tampoco es el presidente de Bankia aficionado del Valencia y eso le hace ver las cosas desde otra perspectiva, números sin más, sin sentimientos, pero no se le ve especialmente preocupado con las maniobras de Peter Lim como sí lo estamos los demás cada vez que se acerca el verano y no acabamos de saber por dónde nos va a salir. Si lo estuviera, seguramente lo diría o de alguna manera nos lo haría saber.

Tratándose del Valencia CF, y en vista de los precedentes históricos, el hecho de pagar religiosamente las deudas parece un mérito, aunque en realidad es una obligación. Como lo es también gestionar bien y de manera coherente los recursos para alcanzar el éxito deportivo, que es el objetivo final y lo que hay que darle a los aficionados.