Al fútbol de aquí a final de temporada le va a faltar lo más importante. Que nadie lo dude ni les engañe. Reclinados en los sofás de casa, entre lonas multicolores, 'chroma keys' y sonidos enlatados, los espectadores tienen una percepción distorsionada. Alejada de la realidad. Falta el alma, tal y como se vio in situ en el Levante-Sevilla.

Huelga hablar del estricto protocolo sanitario (mientras escribo estas líneas ya empiezo a sentir cómo corre el sudor entre mis dedos y los guantes de latex que llevo, obligatorios) así como del brutal esfuerzo por todas las partes para que todo luzca perfecto como luce, pero no hay sentimiento.

Con esos condicionantes, en los prolegómenos del choque tan solo el elaborado atrezzo del coqueto recinto -hasta los accesos desde los vestuarios al césped se han decorado con motivos azulgranas- y los trajes impolutos con cierto aroma a naftalina de algunos consejeros hacen que el encuentro difiera en algo de, por ejemplo, uno de los habituales amistosos de pretemporada en Teruel -lugar casi de visita obligada para los granotas durante muchos años en el periodo previo a la competición-. Ante la ausencia de público se puede incluso oler con más facilidad el césped mojado y las sensaciones desde fuera son similares a las de esos envites de preparación, aunque lo que hay en juego es mucho más importante.

Hasta seis torres provisionales para ubicar cámaras de televisión (probablemente lo segundo más importante de todo este circo por las ingentes cantidades económicas que mueve) han sido levantadas en el perímetro del terreno de juego como si de un macroconcierto se tratase y la pista de atletismo, literalmente, ha sido devorada entre la infraestructura y la decoración para la ocasión.

Cuando llegan los cuatro autocares al estadio pasadas las seis de la tarde el silencio en los accesos tiene tanto de inusual como de deprimente. De hecho, hasta el calentamiento con una multitud de jugadores de ambos equipos sobre el césped 'huele' a partido de poco pelo... pero no es así. Es de verdad.

Pero a tu lado

Suena la música habitual que se escucha en el Ciutat de València -el 'Pero a tu lado' de 'Los Secretos' te retrotrae un poco hasta Orriols y sobre todo la roconfortante voz de Pau Ballester, el 'speaker' habitual que, pese a rebautizar el recinto como 'Emilio Cano' en su primera alocución, hace que te sientas un poquito más como en casa- y tras escucharse un elocuente «Les nostres ànimes están amb vosaltres» por megafonía, el balón rueda ya.

El banquillo del Sevilla FC se levanta de sus asientos para reclamar al unísono en la primera acción polémica una falta algo escorada y pese a que la megafonía repite en bucle cánticos habituales de la afición en el Ciutat, su protesta da la sensación de ser lo primero de verdad que sucede en el partido. El árbitro señala la infracción, Munir acaba estrellando la pelota en el travesaño y el impacto, pese a no ser excesivamente violento, se escucha también con nitidez. Llega.

Hasta ese momento se ha echado de menos a la afición, aunque cuando de verdad se le añora es en los instantes posteriores al 0-1 en la reanudación. Sobre todo se le echa en falta a la hora de levantar el gol en contra con las fuerzas algo justitas ya tras el esfuerzo de apenas 72 horas antes, pero en ausencia de empuje externo el equipo granota tira de hombres de refresco y una vez más de corazón propio, aunque quizás lo que faltó al final fue solo el empujón de la grada para meter el segundo.