Vive. Y de qué manera. Final de la mala racha, primera victoria fuera desde la de El Madrigal y regreso a los puestos de Liga de Campeones. Posiblemente en el mejor momento. Al menos, el más necesario, tal y como demostraron las imágenes de los futbolistas, fundidos en la misma piña que habían hecho antes del partido. Hacía falta una reválida así. Era urgente recuperar los valores y eso es precisamente lo que consiguieron los levantinistas tras una semana que exigía una reacción ya.

Lo cierto es que la lectura debería haber sido idéntica si el partido hubiera acabado en empate, que a punto estuvo. Más allá del marcador, las sensaciones fueron positivas incluso cuando el Espanyol apretaba el acelerador para remontar y Rubén decidió hacer de Rubén marcando in extremis una falta al borde del área a la que Casilla hizo pasillo. Otra vez a balón parado, la mejor virtud del último futbolista de refresco, que lo festejó con más ganas que ninguno.

El Levante se reformuló a sí mismo y volvió a parecerse al de los días de vino y rosas, como el de aquella tarde en el que con un papel calcado ganó al Betis y se puso líder. Un bloque rocoso, de contragolpe, envenenado, riguroso y de nuevo con alma, posiblemente la mejor noticia de todas. Era difícil apostar por la resurrección, más que nada por la herida que abrió el Rayo, pero había indicios para pensar en que el de ayer no iba a ser un partido más. Eran muchos los ingredientes añadidos, desde el aliento en la nuca del presidente hasta el previsible brote de coraje en unos jugadores obligados a cerrar filas. También el paso al frente del entrenador, decidido a agitar los puestos clave del equipo y que sin duda sale muy reforzado.

Las novedades surtieron el efecto deseado. En un once inicial atrevido y sin miramientos por los que se cayeron, de entrada aparecieron Iborra, Pedro López y Ghezzal. Pero de lo que se trataba no era sólo de cambiar las formas sino el fondo. Sin Farinós y con Barkero ladeado a la izquierda, el Levante apostó por un cambio de estilo. Con el equipo más próximo al mejor que podía alinear Juan Ignacio, volvió el fútbol afilado, antiparsimonioso, veloz y vertical. Avisó Koné, pero fue Valdo quien con una incursión en el área con algo de fortuna machacó a Casilla ayudándose del poste. Volvía el Levante que pica sin aviso y que lo exprime todo. Un contragolpe de pizarra que Barkero alumbró y que fue posible gracias a un buen barrido de Koné a la defensa.

El gol no fue más que el castigo a la desesperación del Espanyol, repetitivamente en modo parabrisas. Sólo Weiss inquietaba por el costado de Juanfran, que se cargó pronto con una tarjeta, pero más allá de carambolas, el Levante no se dejaba meter mano. Tenía las líneas juntas, algo que otros días se había echado de menos, y estrechaba al campo a su antojo. Pese a que le costó entrar en calor y se llevó algún susto como uno a raíz de una errata de Cabral, el equipo cogió el sitio y no lo soltó.

Adelantarse era lo mejor que podía pasarle al Levante, que recobró la confianza y empezó a crecer. Con la zaga definitivamente fijada, Barkero se puso a carburar, lo que significó un paso adelante del equipo, peligrosísimo robando la pelota en el campo contrario y maniatando a un Espanyol plano que pedía a gritos el descanso para reformularse. El futbolista vasco fue una de las diferencias principales con el pasado reciente. Ya había asomado algo con el Rayo, pero anoche fue definitivo.

No lo consiguió. Pese a volcarse sobre Munúa, tan sólo el escurridizo Weiss, que se las tenía tiesas con un Juanfran al borde de la roja y que luego se cambió de banda, era una amenaza real para un Levante cada vez con más espacios para el repliegue y contraataque. Arriba, la cosa era de Koné y Ghezzal. Cada vez que se encolaban con el balón ocurría algo bueno, clara demostración de la buena compenetración que les ha llevado a actuar juntos de inicio. Mediada la segunda parte, el marfileño tuvo la sentencia tras rematar una acción que había ideado en la medular pivotando sobre sí mismo. Su criterio para elegir siempre la mejor opción confería a los granotas un peligro doble.

Perdonó el Levante y lo terminó pagando en un córner en el que nadie llegó tan alto como Uche. Era el peor rato del equipo, impreciso y que se había expuesto a un riesgo innnecesario con una falta del recién ingresado Serrano. No quedaba otra que apretar los dientes y guardar la ropa, pero el guión deparaba aún el merecido premio del trallazo de Rubén la para celebrar que, por fin, este Levante ha resucitado. Tuvo mucho de simbólico que él marcara la noche que más presencia tuvieron los nuevos. Una paradoja que tal vez encierra una enseñanza para el Levante, al que le va bien haciendo hueco a todos los que quieren sumar en un proyecto que así recuperará crédito.

Ficha técnica:

1. RCD Espanyol: Casilla; Javi López, Raúl Rodríguez, Héctor Moreno, Dídac; Forlín, Cristian Gómez (Uche, min.54); Weiss, Verdú, Coutinho (Christian Alfonso, min.90) y Álvaro (Rui Fonte, min.70).

2. Levante UD: Munúa; Pedro López, Ballesteros, Cabral, Juanfran; Xavi Torres (Farinós, min.77), Iborra; Valdo (Rubén, min.85), Barkero, Ghezzal (Óscar Serrano, min.73) y Koné.

Goles: 0-1, min.24: Valdo; 1-1, min.75: Uche; 1-2, min.89: Rubén Suárez.

Árbitro: Del Cerro Grande (comité madrileño). Amonestó a Juanfran (min.13), Weiss (min.51), Barkero (min.58), Xavi Torres (min.59) y Farinós (min.90).

Incidencias: partido correspondiente a la vigésimo quinta jornada de la Liga, disputado en el estadio de Cornellá-El Prat ante 19.528 espectadores.