Aunque lleva 180.000 kilómetros y ya no se fabrica, Raimon proclama mientras arranca el motor que nunca va a cambiarse el coche «porque en el asiento del copiloto iba mi amigo Manolo Preciado». Algo así le pasa a él, que hoy cumple 25 años trabajando en el Levante UD y ahora ya no podría hacerlo en otro sitio casi que por «dignidad».

Son cosas que va contando de camino a su querida Meliana, con ´Manolín´ en la boca siempre. Y es que además de genuinos él y Preciado fueron íntimos, curiosamente tras una bronca a corazón abierto por un puyazo sobre el estado del césped. Lo demostró cuando se acordó de él en el estrado al homenajearle el club, que le obsequió con un banderín por su ya cuarto de siglo de servicio.

La cara del hoy jefe de mantenimiento de las instalaciones se asocia con la del Raconet, el museo levantinista debajo de la grada, pero sus raíces están en Meliana, donde hizo sus primeros pinitos mimando un terreno de Primera Regional y luego de Preferente. En concreto, en el hoy demolido campo de la Serra, en cuyo césped lo que se levanta hoy es un jardín pero en el que tal y como reflejan las fotografías de la época se levantaba un coqueto estadio.

«Fuimos los primeros en poner tensores en las porterías y las cepas de color», rememora con Vicente Ciurana, directivo de la época amén de hombre clave en su ascenso al Levante, y con el mítico utillero ´Pirri´, que llega a lomos de su customizada motocicleta. Durante años, la Serra tuvo un tapete tan envidiable que en él llegó a entrenarse la escuela del Valencia o el primer equipo del Levante, entre otros.

Tras cambiar los campos agrícolas por los de fútbol, las manos de Raimon llamaron la atención de Benito Floro en el Olímpic por su buen hacer y se hicieron conocidas en la provincia, de la Murta de Xátiva a Alboraya hasta que recaló en el club de su vida. «No hay dinero para que me vaya a otro sitio», remarca más en serio que en broma.

Raimon, que las ha vivido de todos los colores, trabaja en el Levante desde hace 25 años, pero conserva intacta la fecha de su bautismo granota. La luz la vio el 6 de junio de 1976, en un Olímpic - Levante del que conserva impecable la entrada de general. «Allí también había que estar», rememora quien hace sólo unos meses disfrutó viajando por Europa, algo con lo que ni había soñado. Son 37 años de inquebrantable fe granota, 25 de ellos cotizados.