Con Cuero recién aterrizado, fue otro colombiano el que puso la primera piedra de lo que al menos por fútbol debió haber sido una victoria. Con la artillería pesada sobre el césped y las balas de fogueo en el banquillo, el Levante pasó en Cornellà de un arranque como el de El Molinón a un final abierto en el que igual pudo ganar que perder. La consecuencia fue un empate injusto y esa sensación extraña otra vez de esfuerzo sin recompensa que tanto está caracterizando la nueva etapa con Rubi.

Pese al buen augurio del gol de Lerma, los resultados siguen siendo el talón de Aquiles de los granotas, a los que el punto les llega para pasarle el farolillo al Las Palmas pero no para abandonar la zona de descenso, de la que habrían escapado sumando los tres. No es ése, sin duda, el sitio que se merece un equipo capaz de desplegar un fútbol tan embaucador como el de la primera parte, aunque sí a la que puede condenarse con esta propuesta si no mejora en efectividad y último pase. Para lo último se ha fichado a Cuero, al que habrá que continuar esperando otro mes aún.

Tanto el gol de Lerma como el de Gerard fueron paradigmáticos del nuevo estilo granota, marcado por el alargamiento del equipo para lo bueno y lo malo. Ganando a domicilio, al Levante le empataron a la contra. Rubi ha plantado a los futbolistas en zonas donde antes no había noticia de ellos. Es el sello de un entrenador desenfadado y valiente para asumir riesgos como el que le pasó factura con la pérdida de Simao Mate, cuya hoja de servicios estaba siendo impecable hasta ese instante. Caicedo lanzó la contra desde campo propio para que el examarillo Gerard, que apenas llevaba unos minutos sobre el césped, remachara a la red. Premio para la fulgurante salida tras el descanso de los periquitos y castigo para los granotas, debordados y muy blandos.

Igual que el fallo de Simao fue la cruz, el de Roco había sido la cara nada más empezar. Fruto de la presión adelantada, Lerma retrató al central chileno, que incapaz de sacarla jugada le regaló la pelota. El cafetero, que definió con la parsimonia de un ´nueve´, venía ya de opositar al gol en el primer ataque del partido. Su presencia fue la novedad después de su sorprendente ausencia con el Betis. Correcto en todas sus acciones, salvo una falta de amarilla oscura, en la celebración Deyverson lo invitó a marcarse un bailecito, tentación que sofocaría el capitán David Navarro.

Precisamente Navarro, anteriormente defenestrado, lideró una defensa cuyo único error de bulto, en una marca, lo desaprovechó Víctor Sánchez con una asistencia a un compañero imaginario. Ocurrió en los primeros momentos de agobio, cuando silbado por sus aficionados el Espanyol empezaba a ponerse las pilas y casi empata con un cabezazo de Caicedo ajustadísimo al palo.

Más allá de los fallos, el partido dio un vuelco cuando en la caseta se quedó el mejor local. Borrado por Simao, y para más inri con un golpe a cuestas, Asensio dejó su sitio al goleador Gerard. Sergio había avisado ya en la víspera de que quería otros «focos» para generar fútbol, ya que en su opinión el Levante lo tenía calado, como así fue.

Con más corazón que cabeza, el Espanyol se revolvió, pero la realidad es que el Levante nunca le perdió la cara al partido, hasta el punto de sorprender a propios y extraños con los metros que dejaba a sus espaldas. Morales y Rubén, con las bandas conmutables, entraban en juego con asiduidad, mientras que con las zancadas al frente de Camarasa y Lerma las ocasiones continuaron sucediéndose. Deyverson, aunque en fuera de juego, y un Navarro poderoso de cabeza tuvieron las mejores hasta que en el apretón final Casadesús y Xumetra perdonaron un gol que habría sido justo.

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