Del mismo modo que entre animales depredadores y presas, hay que diferenciar entre aquellos delanteros que matan y los que acaban muriendo en el intento. Esto último es precisamente lo que le pasó en La Rosaleda a Nano, donde agotó una de las vidas (cual gato) con las que contaba. El crédito de los puntas granotas, ya de por si escaso a estas alturas de campaña, se vio menguado en la misma proporción que el botín de puntos extraído por los de Muñiz. Fue uno, más bueno que bonito, pero tuvieron que ser tres vista la claridad de la oportunidad de que la gozó el tinerfeño en la penúltima jugada.

Lo de menos es si realmente merecía el Levante la victoria, que no la merecía. Lo importante es que en pleno pudo y no quiero, a los locales les pillaron en un renuncio y Morales plantó a Nano solo ante Roberto. El canario, con tiempo hasta pensar cómo y por dónde, se mostró incapaz de superar al muñeco y de marcarse una victoria colectiva y también personal.

Duele más pensar en el plácido fin de semana que se hubiera quedado, con 18 puntos y el Málaga a once de distancia, que los ojos tras ver un partido tan funcionarial como el de los granotas (así queda la clasificación). Estos fueron poco más que fríos y matemáticos. Sumar y sobre todo evitar sumar de más al rival, fue en todo momento el objetivo ante la avalancha de bajas que tenían encima. Ocasiones, quitando la citada, ni media.

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De Samu, al que Muñiz le había abierto la puerta del once a la vuelta de ambos a casa, lo mejor que se puede decir es que acabó de una pieza. Sin ser expulsado. Al descanso, el técnico se repensó su apuesta y evitó la segunda amarilla del extremo, que la había rozado en los instantes previos. El Hacen entró además para rescatar el 4-3-3 y pasar directamente a la historia de LaLiga Santander, como el primer mauritano que juega en ella.

No es el del malagueño un problema de calidad, sino de velocidad de movimientos. En el Levante no solo hay que enseñar las uñas, sino clavárselas al rival en cuanto se pueda. Darlo todo, empezando por la cara, aun a riesgo de que te la partan, como por poco le pasa a Oier en la primera opción clara de los costasoleños: el remate de Diego González, a la salida de un córner, que dejó la nariz del portero guipuzcoano como un tomate.

Mientras estuvieron solos, con un 4-2-3-1, a Bardhi y Campaña les llegaron las fuerzas más para ejercer de parabrisas en la media para jugar al fútbol. Les tocó recuperar, rascar y hasta ver la tarjeta, en el caso del macedonio. Así se frenaron las ínfulas de triunfo de los costasoleños, cuya falta de clarividencia y acierto entre líneas hacen de su mejor futbolista al que está sentado en el banquillo. Pero con 50 años y como entrenador.

Si en el Levante se echa de menos a veces un central tipo Muñiz, de los de tacos de aluminio; en el Málaga es evidente que Míchel haría mucho papel si fuera un cincuentón ya con canas. Un globo caído casi con nieve, rematado de nuevo por Diego González, esta vez al lateral de la red; más un cabezazo de Borja Bastón y un zurdado de Chory Castro, resultaron ser el único petróleo extraído por los locales en más de una veintena de llegadas.

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