Con independencia del resultado final de la reclamación por alineación indebida del FC Barcelona, el jueves quedará como uno de los más rocambolescos en la historia del Levante UD. Y es que durante su estancia en la Ciudad Condal ocurrió de casi todo, incluido volverse a València sin las botas y los GPS de los futbolistas.

Los operarios del aeropuerto, para desespero de la expedición, se dejaron tirados los baúles que contenían el material de trabajo del equipo en mitad de la pista y bajo la lluvia. Un contratiempo que, habiendo sesión de trabajo ayer a las 12:00 en Buñol por la cercanía de la visita del Valladolid, retrasó el despegue hasta las 2:30.

No fue un boicot después de la denuncia ante la Federación en contra del Barça, pero a cualquier malpensado podría habérselo parecido. Fueron los utilleros Fernando Reyes y Moisés Rodríguez, precisamente los habituales encargados de transportarlos arriba y abajo, quienes alertaron de lo que estaba ocurriendo tras presenciarlo en directo a través de las ventanillas. Quico Catalán, al frente de la expedición, se puso al mando para informar a la tripulación del percance y ponerle remedio. Y es que, en primera instancia, las azafatas se lo tomaron a broma.

La explicación oficial con la que se encontró el presidente desde el otro lado del teléfono, bastante peregrina por cierto, fue que los operarios no habían sabido cómo cargarlos por sus dimensiones. Con el avión colocado en la pista de aterrizaje y sin posibilidad de marcha atrás, la solución pasó por el compromiso de que los baúles viajarían en otro avión o incluso por carretera para que estuvieran en la Ciudad Deportiva de Buñol a primera hora.

Fue el desenlace final de unas últimas horas cargadas de contratiempos. Desde las pegas que el árbitro puso al color de la camiseta de Aitor, pese a que el club contaba con el OK previo pese a su similitud con la de los jugadores de campo, hasta sobre todo las lesiones de Boateng y especialmente un Postigo consciente ya antes de las pruebas de que se había roto para varias semanas. Aunque no fue el primero al que le ocurría, hasta Campaña tuvo que esperarse en la puerta de embarque porque no llevaba encima el DNI, requisito que no siempre es imprescindible en este tipo de vuelos oficiales pero que coincidió con una noche en la que la seguridad del aeropuerto puso un celo especial durante el control.