Pongámonos en situación. Acabas de perder de penalti en el tiempo de descuento, con un evidente agravio arbitral y el posterior desahogo público de tu presidente, cuyo calentón representa el de todo el equipo. Empiezas a ver de cerca la zona de descenso. Y, por si no hay bastante con la retahila de perjuicios ocasionados en las últimas semanas por colegiados y/o VAR, la vuelta a casa se complica.

Uno de tus jugadores tarda más de la cuenta en el control antidopaje mientras te insisten en que si tu vuelo no puede llegar a destino a la hora prevista (las 00:00) deberá desviarse al aeropuerto más 'cercano', a 110 kilómetros, lo que conllevaría la movilización de urgencia de un autobús. Te explican que no hay margen porque tu aeródromo de referencia cierra por obras, pero negocias y logras al final que te concedan, como un favor, 10 minutos de gracia. Aunque por los pelos, terminas despegando con todos a bordo y, estrés al margen, aterrizando dentro del margen horario.

Crees que la pesadilla ha terminado cuando de repente te das cuenta que algo no cuadra. Hay trajín en la zona de embarque: los operarios cargan equipaje en un avión para despegar, se ve más gente de la habitual e incluso varias dotaciones de policía en el aeropuerto. Transcurren solo unos instantes más cuando, ¡oh, sorpresa!, te encuentras con miembros de otro equipo de LaLiga Santander, que se preparan para viajar a su ciudad esa misma noche. No das crédito. Te das cuenta que la rigidez horaria no es la misma para unos y otros, y más cuando al día siguiente te enteras que ni 20 ni 30 minutos después; la citada expedición ha acabado saliendo a las 01:05.

A estas alturas huelga decir que es el Levante el protagonista de esta historia. Que los hechos sucedieron en la noche/madrugada del miércoles al jueves, en el regreso de San Mamés, con el aeródromo de Benlloch en el horizonte y Quico Catalán encolerizado. Con Campaña vestido todavía de corto en el avión, porque no le daba tiempo ni a ducharse después de la demora en el control de orina. Y los jugadores, técnicos y dirigentes del Real Madrid, nada más perder en Mestalla, fueron quienes volaron a la capital sin problemas pese a que a la hora en que lo hicieron el aeropuerto debía llevar teóricamente parado por obras más de una hora.

En respuesta a la afrenta, los granotas no dudaron el día siguiente en transmitir su malestar formalmente. Primero, a la compañía aérea que operaba su vuelo por las prisas; excesivas visto lo visto a la llegada a Manises. Y una vez que los responsables de esta, Air Nostrum, han respondido derivando la responsabilidad a AENA, a la citada entidad pública. No en vano es la que se encarga de la gestión de los principales aeropuertos del país, incluido el de València. En Orriols esperan una explicación, que al cierre de esta edición aún no había llegado a manos de los dos encargados de las gestiones durante la accidentada noche. Ni a Luis Cervera, director de Proyectos y Operaciones; ni a Andrés Garcerá, delegado del primer equipo.

Campaña casi se queda en tierra

La colaboración del delegado del Athletic, quien trasladó al aeropuerto en su coche personalmente al médico y al sevillano, nada más completar este último el control antidopaje, evitó por los pelos la activación del protocolo de emergencia preparado. Visto el retraso, los granotas habían reservado dos habitaciones de hotel para la noche postpartido, así como sendos billetes en vuelo regular (para el jueves por la mañana) a Campaña y Miguel Ángel Buil.