El pasado 24 de abril, el día de la victoria ante el Betis (4-0), Roger se fue del Ciutat jurando en arameo. Pese a su condición de máximo artillero, no tuvo ni un minuto en la primera de las finales por la permanencia. De hecho, quitando un rato testimonial, no volvió a jugar hasta que el equipo estuvo salvado. «¡Me están faltando el respeto!», le oyeron vociferar antes de dar un portazo. La derrota en Mestalla la jornada anterior había supuesto un punto de inflexión que pasaba por el cambio de sistema y el definitivo ostracismo del que había sido autor hasta la fecha de 12 goles. Entonces Borja Mayoral, su relevo, apenas sumaba tres en LaLiga y dos en Copa.

Con aquel panorama, y aunque venía de renovar, nadie daba un duro entonces por su continuidad. Con Mayoral como objetivo número uno para el ataque y Sergio León apalabrado desde meses atrás, el Pistolero dejaba claras sus intenciones con un post en redes sociales: «Dueño de mi destino». El Levante tenía que escuchar ofertas de traspaso a partir de 12 millones o subirle el sueldo. Desde Rusia y RusiaPortugal Incluso a última hora, como solución al problema del fair-play, por los despachos sobrevoló la opción de venderlo tras haberse comido a Campaña.

Pese a lo negro que pintaba todo aquella noche contra el Betis, cuatro meses después Roger no sólo se ha confirmado como el 'nueve' del equipo. Tras la victoria en Leganés, y pese a habérselas tenido tiesas con él, Paco López rompió el protocolo para felicitarlo: «Es el ejemplo de lo que queremos». Lo que ha pasado entre medias de un episodio y otro es un profundo reseteo. El gol lo sigue llevando de serie, impreso en su ADN. Y es más que nunca, con diferencia, el más eficaz de todos los delanteros. Sin embargo, no es por eso por lo que le ha ganado la partida a Mayoral y Sergio León, dos arietes con mejores condiciones técnicas. Lo que ha terminado de convencer al técnico es su sentido de equipo. Ya no es un delantero que tire los desmarques para él ni que haga la guerra por su cuenta, sino que fija la presión, tira del carro, pone la garra y, a sus 28 años, se comporta como todo un veterano.

Aunque apenas han transcurrido dos meses de competición, el de Roger es ahora mismo un incendio que se presume sofocado. Aseguran en Orriols que, al final, no se esperaban otro desenlace. Él y Paco López son, en buena parte, como almas gemelas. Jugadores de la casa llamados a ser profetas en su tierra.