Brasil comenzó el Mundial con un objetivo. Redimirse del Maracanazo. Tres semanas después y ante todo pronóstico, no sólo no han podido lograrlo sino que el fantasma de aquella calurosa noche del 16 de julio de 1950 reapareció y volvió a tirar la soga al cuello de la canarinha.

Ahogados, no por el desgaste físico, que también, sino por la forma en la que Alemania les fue quitando el aire a medida en que los goles se sucedían uno a otro, casi sin parar. Los aficionados del estadio Mineirao observaban incrédulos como su selección no podía sacar ese carácter que Luis Felipe Scolari le había transmitido al equipo, algo que había inyectado a cada uno de los futbolistas de la verdeamarelha, aunque para ello tuviera que arrollar el fútbol que acompañaba históricamente a Brasil. El jogo bonito murió y el objetivo de conquistar el Mundial servía de perfecta excusa, pero ahora con el sueño roto, los brasileños son conscientes de que tal vez el precio pagado haya sido demasiado caro.

Así lo ha sido por muchos motivos. 12 años después de haber tocado el cielo en Japón, Brasil se ha convertido en la antítesis de aquel equipo. Mientras Ronaldo, Rivaldo y Ronaldinho generaban una simpatía inigualable, el combinado actual ha estado lejos de hacerlo. De manera extraña, el técnico era el mismo. Scolari. Devorado por su propio personaje. Ese podría ser el perfecto resumen de un entrenador que comenzó el Mundial luchando y peleando contra todos, lejos de intentar mostrar un carácter amable. Ayer sin embargo fue su noche más calmada. La derrota pudo haber amansado a la fiera.

Si sobre el banquillo reside mucha de la culpa de una debacle de leyenda, más aún sobre el césped. El nerviosismo de llevar a las espaldas una revancha con la historia fue demasiado pesado. Cada vez que Brasil saltaba al césped se oía el eco de dos palabras€ ¡Uruguay! ¡Ghiggia! Los seguidores de la canarinha sentían aún el dolor de un Mundial que hizo mucho daño al fútbol brasileño. Los jugadores lo sabían y así lo hacían ver con la emoción que transmitían a cada gol, cada celebración, cantando el himno o incluso en esa tanda de penaltis con Chile que terminó con la mayoría de ellos derrotados y llorando.

Con el primer gol de Alemania en la noche de ayer saltó todo eso. A los futbolistas les comenzaron a temblar las piernas y la tensión terminó conllevando al miedo. Al final, siete goles germanos que con total seguridad escribirán las líneas de muchos libros. Joachim Low y los suyos se convirtieron en los protagonistas de una de las páginas más negras en la historia del fútbol brasileño. Ahora depende del país del Cristo del Corcovado levantarse con la misma fuerza con la que lo hicieron tras el Maracanazo y que provocó que ganaran tres de los cinco mundiales posteriores a aquella catástrofe.