El anfitrión nunca había perdido en la jornada inaugural, y esa tradición histórica se quebró en el Mundial más diferente a todos los que se han celebrado. A lo sumo, había empatado, como Sudáfrica al contener a México en 2010. Qatar, sin embargo, sucumbió a su propia debilidad, mostrándose incapaz de hacer cosquillas siquiera a Ecuador. Sacó un cero en todo: en remates, en remates bien dirigidos y en córners.

Poco glamur tenía el partido inaugural, y hasta el primer tanto del torneo tuvo que llegar desde el punto de penalti, aunque el primero, en realidad, estuvo anulado. Al menos, Enner Valencia embelleció la noche con su segundo gol, lo que sirvió para acentuar la enorme superioridad de Ecuador, confirmando que es un conjunto más potente de lo que su historial anuncia, y que Valencia es su futbolista capital: marcó los tres goles de la selección en el Mundial de 2014 y los dos primeros en la notable reaparición de 2022.

Todo malo

El vértigo de participar en la inauguración, un evento de dimensiones desconocidas para todos los futbolistas, fue claramente perceptible. Nadie pudo disimular los nervios del estreno. En tres minutos ya se habían producido dos tarascadas alevosas (de Pedro Miguel, portugués nacionalizado catarí, y del ecuatoriano Estupiñán) y un gol con una mala salida del meta Alsheeb, un mal despeje fallido del mismo, una mala chilena de Torres y un certero cabezazo de Enner Valencia.

Para que todo fuera malo, hasta el gol fue ilegal. Y el VAR que lo anuló. La jugada, aparentemente inocua, contenía un fuera de juego que el sistema detectó. La promesa de celeridad y agilidad de los árbitros se vio vana al instante, eso sí. Más de dos minutos transcurrieron hasta que Daniele Orsato devolvió el balón al área.

Qatar, muy arcaica

Y cerca del área catarí corrió con más frecuencia que en la visitante, concepto que solo sirve para los tres rivales de Qatar, que no irá más allá de la fase de grupos. Si causó una pobre impresión ante Ecuador, no pueden albergarse muchas expectativas de una metamorfosis cuando se mida con Senegal ni Países Bajos, que completan este lunes la jornada (19 horas).

No se trata de que el meta Alshebb se revelara calamitoso, o que la organización defensiva dejara huecos impensables por el centro pese a que la componían cinco hombres; es que la construcción del juego era arcaica, primaria, insuficiente para sorprender a la emergente Ecuador que participa en su cuarto Mundial en las cinco últimas ediciones.

Las túnicas desertan

Bajo la carpa beduina del espectacular estadio, el chorro de luz y color de la fiesta precedente se desvaneció en cuanto apareció el fútbol. Ni luz en el juego local, intermitente en el ecuatoriano, ni color por el equilibrio que pudiera existir desde que Valencia clavara el 2-0. El once amarillo se limitó a conservar el orden para evitar alguna sorpresa que le complicara la vida. Un centro al que no llegó Ali al filo del descanso fue el pequeño susto que ejerció de alerta.

Pintó tan mala noche, se torció tanto para la orgullosa idiosincrasia catarí, que el estadio se vació tras el descanso. Del mismo modo que la hinchada de Ecuador era fácilmente localizable por las camisetas amarillas, concentradas detrás de una portería, las túnicas blancas de la catarí se veían esparcida por todos los sectores. También había una grada de animación, importada de occidente, vestida de granate, el otro color de la bandera nacional. La mitad más cercana al césped permaneció fiel. Las túnicas blancas desaparecieron de la grada y el rojo de los asientos denunció su deserción antes de tiempo.