LA OTRA CARA DEL MUNDIAL

Visita de seis horas a cuatro planchas de hierro oxidado en mitad del desierto de Qatar

El emirato ha plantado en mitad del desierto, sin nada alrededor, cuatro obras de Richard Serra que promociona como gran excursión turística, con una duración de seis horas desde el centro de Doha

Dos de las cuatro esculturas de Richard Serra en el desierto qatarí de Zekreet.

Dos de las cuatro esculturas de Richard Serra en el desierto qatarí de Zekreet. / S. R. V.

Sergio R. Viñas

Sergio R. Viñas

Si no tenemos en cuenta el precio de las habitaciones de hotel y la actuación de la selección española, me han timado tres veces desde que llegué a Qatar, hace exactamente un mes este viernes. La primera ni siquiera puede considerarse como tal, pues ya era consciente de que iban a cobrarme alrededor de 13 euros por un botellín de cerveza la primera vez que pedí uno. Y las siguientes que han ido viniendo después, claro.

Así que podemos decir que, en realidad, me han estafado dos veces. La primera fue cuando un taxista pirata, a eso de la una de la madrugada, se aprovechó de mi desesperación por finalizar cuanto antes mi jornada de trabajo a la salida del estadio Al Thumama. Le tuve que dejar mi móvil para que utilizara Google Maps, porque a él se le habían agotado los datos, o eso decía, y encima me cobró unos 40 euros por una carrera de 20 minutitos. Que por otra parte es parecido a lo que me cobró el taxista de Madrid por llevarme a Barajas el día que cogí el vuelo a Doha.

"Era un taxi pirata y lo sabías. Eso no puede considerarse un timo, el timo iba implícito", pensará algún lector con cierta razón. Bien. Lleguemos a la segunda estafa, la de este jueves. Hoy, sin espacio para la duda, he sido timado en Qatar. Y no 13 euros ni 40, porque ha sido gratis, sino algo de mayor valor: seis horas de mi vida. Una apropiación indebida de mi tiempo que he decidido amortizar, con un punto de ansias de revancha, para qué negarlo, a través de este artículo.

El desierto de Zekreet.

El desierto de Zekreet. / S. R. V.

Vamos de excursión

Hace unos días, los periodistas acreditados para el Mundial recibimos un correo en el que se nos ofrecían varios planes turísticos. Uno de ellos tenía muy buena pinta. Se llamaba Zekreet Tour y consistía, según contaban, en una excursión de la zona oeste del país (Doha está en la costa este) para conocer el desierto qatarí y complejos esculturales de Richard Serra, un reputado artista cuya obra se puede conocer, por ejemplo, en el Museo Guggenheim de Bilbao.

La cosa ya ha empezado mal. Acudo al lugar indicado del centro de Doha a la hora indicada, a las 13.00 horas, pero me indican que finalmente el autobús sale a las 14.00. Un compañero que también iba a venir dice que le da mala espina, que a saber a qué hora volvemos y que mejor no va. Sabia decisión la suya.

Lo de que salía a las 14.00 era un decir. Hasta las 14.20 el autobús no emprende una marcha que, frente a la previsión de que durará "unos 50 minutos" se acaba marchando hasta la hora y cuarto. Llegamos a un punto rodeado por toneladas de arena y unas simpáticas ovejas dentro de un cerco, en lo que sin duda era una granja. Me ilusiono con poder conocer un poco la vida rural de las gentes de Qatar en esta pequeña aventura. Me desilusiono enseguida.

La nada más absoluta

El chófer se pierde durante unos minutos (es rayano a una costumbre aquí, como algo cultural) hasta que encuentra a un cocho todoterreno que le guía hasta el punto final. "¿Es aquí?", pregunta un periodista mexicano de un autobús lleno de, tópico real en este caso, japoneses. En efecto, era ahí. En mitad de la nada más absoluta, solo moteada por cuatro gigantescas planchas de hierro oxidado.

Vista de la obra de Serra en Zekreet.

Vista de la obra de Serra en Zekreet. / S. R. V.

Bajamos del autobús en busca de la cámara oculta (eso también pasa mucho aquí) y nos topamos con dos guías, mujer y hombre, que nos explican que son esculturas del prestigioso artistas Richard Serra, construidas en 2014. Miden entre 40 y 60 metros y han ido adelgazando con el tiempo, fruto de la erosión de la arena y de la humedad del cercano mar. También nos explican que han ido cambiado de color fruto de esas mismas circunstancias.

Quizá yo sea un zoquete cultural, un tipo demasiado simple, pero no le termino de encontrar la gracia a una obra escultural que voy a ver una sola vez en mi vida (o alguna más, quién sabe, pero pocas y muy espaciadas en el tiempo, en todo caso) cuya mayor virtud es una mutación tan lenta que jamás será capaz de percibir. Menos, en tan fugaz visita.

Serra es un genio

En todo caso, me parece de genio absoluto por parte de Serra haber sido capaz de vender las consabidas cuatro planchas gigantes de hierro oxidado a la dictadura qatarí para que las plante en medio del desierto, en medio de una nada absoluta. Cuenta Juan Tallón, columnista de Prensa Ibérica, en su último libro, 'Obra Maestra', en el que mezcla con su habitual brillantez realidad y ficción, que Serra las estuvo visitando junto a Jean Nouvel, arquitecto del Museo Nacional de Qatar, y que estuvieron a punto de que el Land Rover les dejara tirados en mitad del desierto de Zekreet. Al menos las planchas les podrían haber dado sombra.

Una de las esculturas de Serra.

Una de las esculturas de Serra. / S. R. V.

El caso es que los guías nos dar esos cuatro detallitos de la obra escultórica, nos invitan a preguntar si queremos saber más (tampoco me parecía que hubiera mucho más por saber) y nos invitan a 35 minutos de recreo por la zona antes de que el autobús regrese de vuelta a Doha. Que el recreo llegue poco antes del anochecer mitiga el desasosiego, pues al menos las fotos y los vídeos van a quedar pintones, pienso yo.

Pasada a esa media hora, volvemos a subir al autobús, que nos conduce de vuelta a Doha durante otra hora y cuarto. Para colmo, el punto final es diferente al de partida, algo de lo que avisan sobre la marcha, y me espera media hora en metro antes de ponerme a escribir este reportaje. Cuando lo termino, justo ahora, recuerdo con nostalgia el día en que un taxista pirata me timó. Cómo añoro los buenos tiempos.