Sí, es verdad, Miki Núñez, el de Eurovisión, cantó mejor que la estrella de estrellas, la señora Madonna, que cantó con el culo, o como le salió del chichi, osea, la orquestilla por un sitio y sus gorgoritos por donde mejor iban saliendo. Qué espectáculo dentro del espectáculo que fue el insoportable publirreportaje a Israel y al matón Gobierno del gran malhechor Benjamin Netanyahu.

Iba y venía a la pantalla de La 1 por ver si de una vez pasaba algo interesante, pero volvía a irme agotado de una sucesión de músicas fatuas y de una deslumbrante puesta en escena diseñada para eso, como gran muro que oculta la realidad que hay detrás, la de miles de hombres y mujeres, de niños y niñas sometidas al antojo exterminador israelí en los territorios palestinos ocupados.

Cada cita en este circo festivalero ahonda un poco más la decadencia de nuestras sociedades.

Sólo hay que ver la estética que eleva el mundo choni -tipo Rosalía e imitadoras- y el mamarracho a la categoría de moderno cuando sólo es la entronización del mal gusto y la payasada sin fuste.

Se trata de epatar, pero detrás sólo late una industria sin alma, sin sustento intelectual. La actuación de los morlacos de seguridad, acudiendo raudos para retirar las banderitas palestinas del grupo islandés Hatari fue conmovedor y vibrante, lo único que conectaba con la realidad de la tierra donde se celebró el aquelarre, pero sólo lo vimos después, grabado con el móvil de alguien del propio grupo. Ya puestos a este gran despropósito, mejor, mucho mejor, hubiera sido que Miki, que baila flexionando las rodillas y rozándose el paquete -moderno total, estilo chimpancé- alcanzara la gloria del cero “point”.

Hay veces en que ser el último es un honor. Pues ni eso.