Pose fue la última serie creada por Ryan Murphy para la Fox antes de su multimillonario fichaje por Netflix. Muchos nos temíamos que con la salida del showrunner de la cadena iba a tener los días contados, pero ha podido llegar a su tercera temporada para despedirse de su público y contar la historia que quería. La serie es una retrato de la comunidad trans de Nueva York en las décadas de los 80 y 90, los años durante los cuales la pandemia del sida era una de las grandes amenazas sanitarias y hacía estragos en ese sector de la población. El rodaje de la temporada final de Pose se vio afectado por la repentina llegada del covid. Hasta pensé que no iba a ver más después de la segunda temporada, con un cierre que casi sonaba a despedida. Pero finalmente han sido posibles siete episodios más para una tercera entrega que ya está disponible en HBONuevos capítulos que han llegado casi al mismo tiempo que Murphy se la volvía a pegar con Halston en Netflix. En el biopic del famoso diseñador protagonizado por Ewan McGregor también la cuestión del sida está muy presente. Los episodios finales de Pose han estado marcados por las restricciones sanitarias en el rodaje, que habían encarecido los costes de producción a niveles en que había que ir planteándose echar el telón. A lo largo de esos capítulos finales, son evidentes los paralelismos y diferencias entre la pandemia que nos contaba la serie y la que azota el planeta en la actualidad.

Durante los 80, la irrupción del sida vino marcada por el estigma de que en aquellos primeros momentos se asociaba a homosexuales y drogadictos. El tiempo dejaría claro que nadie estaba exento de contagiarse. Pose nos hace un retrato de cómo la comunidad trans convivía con el dichoso bicho y los infectados trataban de seguir adelante con sus vidas . El sida era una sentencia de muerte que tarde o temprano iba a llegar al enfermo, aunque el virus podía pasar años inactivo en el organismo hasta empezar a atacar las defensas. Con el covid hemos visto que aquellos más vulnerables a la enfermedad sucumbían en cuestión de días. Había medidas de protección, pero el coronavirus es mucho más contagioso. Y con las dos pandemias existían teorías de la conspiración y quienes hablaban de siniestros laboratorios dedicados a la fabricación de microorganismos de destrucción masiva.

En los últimos episodios de Pose cuentan cómo cuando empezaron a suministrarse tratamientos que tenían efectividad en mantener a raya el avance del VIH en el organismo, literalmente había tortas por recibirlo. Principalmente porque las farmacéuticas preferían probarlos con personas blancas. Eran tratamientos demasiado caros para desperdiciarlos en personas de raza negra o en riesgo de exclusión social. Si el sida era una sentencia de muerte, la ejecución estaba asegurada si uno pertenecía a la clase social o raza equivocada. Los nuevos medicamentos eran solo para ricos. Algo parecido está ocurriendo con la llegada de las vacunas del covid, donde los países ricos han acaparado las primeras dosis y las migajas les van llegando a los pobres. Curioso también que con el sida no había negacionistas abjurando de los tratamientos porque pensaban que les iban a poner un chip. Tener acceso a esos combinados de fármacos que ponían coto a la enfermedad era una reivindicación social y nadie dudaba de sus bondades. A pesar de los años transcurridos, seguimos sin vacuna para el sida, aunque parece que va a convertirse en realidad.

Pero Pose no es una serie que trate sobre el sida exclusivamente. Nos sumerge en el mundo de las balls, esos desfiles transgénero y batallas de baile que se celebraban en las discotecas de estas zonas, en los que la comunidad LGTBI afroamericanas y latinas se evadían de la cruda realidad y hacían frente a su exclusión social. Un mundo al que Madonna quiso hacer homenaje con su canción Vogue, momento que también tiene su reflejo en la serie. Cada noche los protagonistas aspiraban a tener su momento de gloria como divas de la pista y derrochar glamour mientras intentaban obtener la máxima puntuación del jurado. Cada equipo se agrupaba en familias y los personajes principales del reparto pertenecen a la Casa Evangelista, nombre con el que rinden homenaje a la célebre top model. Se presentó como una serie llamada a hacer historia al tener el mayor número de actrices transgénero en el reparto, un reto que años después los Javis (Javier Ambrossi y Javier Calvo) asumieron con su biopic de La Veneno. Un Pose a la española.

La marcha de Ryan Murphy se notó mucho en la serie y hay una gran diferencia entre la primera temporada y las dos siguientes, Los guiones perdieron parte de su espíritu transgresor y fueron derivando hacia territorios un poco más lacrimógenos. Aunque con y sin Murphy, el mejor personaje secundario es el de Elektra (Dominique Jackson) que con aires de diva se presentó como una especie de Alexis Colby (Joan Collins) de Dinastía destinada a ser la villana de la historia como la madre de la Casa de la Abundancia. Cuando era mala era la mejor, pero cuando llegó su redención también continuó siéndolo. En esta temporada final los mejores episodios son precisamente los dos que protagoniza ella. Los Emmy no han querido dejar de lado a esta serie y tras esta temporada final han nominado a MJ Rodriguez, convirtiéndose en la primera intérprete trans en optar al premio a la mejor actriz. En su papel de Blanca, la matriarca de la Casa Evangelista, hemos visto despegar a esa pequeña familia formada por personas descarriadas y recogidas de las calles y ayudarles a luchar por sus sueños dándoles una posición en la vida. Al final de la serie, sus vidas marginales han quedado atrás y la enfermedad también. Al final Pose no hablaba de la muerte, sino de la vida. Y ha sabido transmitir el vitalismo de unos personajes que se resistían a ser considerados parias sociales, ni que su condición sexual definiera sus vidas.