No hay posición en el campo a la que se juzgue con tanta generosidad como la de portero. Sea porque el común del comentarista ha visto mucha televisión y pisado poco campo o bien porque se tiende a simpatizar con la figura de un personaje que en el colegio siempre fue sospechoso, al portero se le suelen perdonar errores que penalizan sin escapatoria a defensas o delanteros. Con mayor frecuencia, si cabe, se juzgan como auténticos paradones acciones técnicas sin mérito alguno, de esas que cualquier portero de regional realiza sin despeinarse, hasta el punto que repeler cualquier disparo con algo de potencia entra ya en el terreno de la heroica aunque para ello el cancerbero apenas tenga que desplazar unos centímetros su posición para hacerlo. Se desenmascaran, en definitiva, muchos futboleros de pacotilla en cuanto se ponen a elegir paradas de la jornada y estupideces de ese estilo.

Fue Neto, pero habría que preguntarse si consiguió ese estatus con merecimiento o fruto de esa magnanimidad de la que hablamos. Es innegable que en Valencia CF Transmitía, además, esa calma que necesitan los centrales para estar tranquilos. Pero nunca pasó de ahí. Tuvo, como tendría cualquier portero de primera división, intervenciones destacadas, pero nunca más allá de las mínimas exigibles a un integrante de la plantilla del Valencia. Es, así, bastante discutible que Neto ganara partidos, pues en esa ecuación entra el guardameta cuando interviene más allá de lo exigible y el brasileño se limitó casi siempre a cumplir.

Lo que, en todo caso, distingue al futbolista simplemente bueno del extraordinario es su rendimiento en las grandes ocasiones. En esos partidos, cuando el nivel de adrenalina alcanza su punto máximo, es cuando se desenmascara al pusilánime. Y ahí Neto se va de Valencia siendo sospechoso. Nada más llegar, en su segundo partido oficial con la camiseta del Valencia, se comió un gol de falta de Asensio que hizo imposible una victoria en el Bernabéu que parecía cantada. Pocos meses después, se volvió a comer un gol de Messi en un error imperdonable -que el árbitro se encargó de maquillar-. Tampoco ha tenido actuaciones especialmente lucidas contra el Atlético de Madrid y si algo se va a recordar de un portero que ha pasado por aquí sin pena de gloria es su lamentable actuación en Londres contra el Arsenal. Entre él y Gayà, otro futbolista tan sobrevalorado como el portero brasileño, enterraron cualquier opción que hubiera tenido el equipo de meterse en la final de la Europa League.

Pocas lágrimas, por tanto, por la salida de quien tan poco ha demostrado. Queda retratado con su huida a Barcelona, además, como un portero sin ningún tipo de ambición. Si ya fue en su día suplente de un Buffon en decadencia, su futuro a la sombra de un auténtico tigre como Ter Stegen se presenta como lánguido y triste. Pensar que alguien como Neto, con las limitaciones añadidas en el juego de pies que Tito Bau nos ha recordado tanto en estos días, pueda siquiera soñar con arrebatarle el puesto a uno de los mejores porteros del planeta -este de verdad, no echando mano a la coña de los goles recibidos en Liga en un equipo en el que defiende hasta el palo de la bandera- suena a broma pesada. La misma que hemos tenido que aguantar con la matraca de los paradones del brasileño los que siempre vimos en Neto a un engañagradas.

El fichaje deja, por otro lado, retratado a un Barcelona que se ha convertido en un bólido sin frenos. Si había un portero en la Liga con poquísimas condiciones para jugar en el Camp Nou ese era, precisamente, Neto. Así que cualquier cosa se puede esperar de los azulgranas, que andan como locos por empaquetar a Suárez -el flojito, ese que parece que se va a caer cada vez que sopla un poco de viento, no el uruguayo que muerde orejas y mete la pierna aunque se la arranquen- y a Rafinha después de años y más años de oportunidades perdidas a la vera de Messi y compañía. Esperemos que el Valencia siga su camino y no haga caso de quien con tanto ahínco defendió, por ejemplo, la llegada de Vietto -un Suárez pero en versión argentina-.