Domingo por la mañana en el norte de México. Ha refrescado y se está bien dentro de la casa, protegido del viento que viene del golfo de Texas. Miro la programación de Sky TV. Son las 11.35h y juega el Getafe. Todos tenemos nuestras cosas y este año la mía es eso, ver todos los partidos del Getafe. Difícil saber por qué, aunque tal vez sea para no aburrir el fútbol después de la dosis habitual del Valencia CF -la F, en este caso, no sé a qué atribuirla-.

Porque al Getafe, ya casi "mi Getafe", le da exactamente igual quién tenga delante. Estos chicos salen siempre igual. Nada de un partido sí y uno no, un rato a lo mejor y al siguiente tal vez. Siempre a morder. Pero presionando arriba como jabatos, adelantando la defensa como echándole un pulso permanente al destino, seguramente convencidos de que, de hacer falta, Djené se merendará a Messi en la carrera de cuarenta metros hasta la frontal. Me reía cuando la gente comparaba este estilo valiente y desacomplejado con la letanía rácana y cobarde de Marcelino y su defensa clavada en la frontal del área de Neto. A veces es mejor cerrar los oídos para no acabar como San Simeón el Estilita. Por cierto, hoy juegan contra el Celta. Denis y el hermano de Thiago lo están bordando en Galicia. Ojos de águila, la pareja Marcelino-Botas.

Y como ya casi soy del Getafe, se me cae la baba cuando veo correr a Arambarri y Maksimovic. Y no puedo evitar caer en el desánimo al verlos luchar cada balón como si fuera el último, esprintar ochenta veces si eso es lo que hace falta para ganar, recuperar la posición a galope tendido como tigres de Bengala. Uno se viene abajo porque de repente irrumpe un reggae empalagoso y caribeño y por ahí aparece el trote cochinero y la sonrisa de geniecillo perezoso del emperador Kondogbia, al que obligamos a jugar al fútbol -¡y encima corriendo!-, con lo bien que estaría en Kingston liándose unos petarditos con su pandilla de Bangui. Había un fútbol en el que el esfuerzo permanente no se negociaba.

Y ya casi soy del Getafe porque veo a Cucurella y me doy cuenta de que la vida no se acaba en Cheryshev. Aunque parezca mentira, todavía hay futbolistas a los que les hierve la sangre si pierden un balón y aprietan los dientes para ayudar al compañero que está necesitado.

Y quizás por encima de todo soy casi del Getafe porque si fuera mujer me querría casar con Ángel y me pondría todas las noches, antes del amor, esos goles que marca saliendo veinte minutos al final y siempre golpeando duro -como un hombre, diría el gran García- y a romper la red, como los viejos delanteros que no entendían de florituras y la empotraban con el alma ¿Por qué no te conocí en los tiempos del Levante, Ángel de mis entretelas?

Y a lo mejor soy del Getafe porque al Getafe lo entrena un tal Bordalás. Uno lo mira y se le va la imaginación a aquellos tiempos de Cúper o Benítez. Y entonces un altavoz hace temblar los cristales con los Sultanes del Norte a todo trapo desde una pickup. Y vuelves a la realidad. Y te acuerdas de Celades. Y quieres ser del Getafe.