Es esta una nueva enfermedad que ha aparecido entre los aficionados al fútbol, así como entre los periodistas de todos los medios y, tal y como lo veo, será muy difícil de curar. No es cuestión de bromear con la salud, y menos en estos tiempos, pero no me he podido resistir a calificar como dolencia a esta forma de apreciar un aspecto tecnológico del juego.

He sido un firme defensor del video desde hace tiempo (con un artículo que publiqué allá por 1995 en la revista que editaba el Valencia CF) y sigo siéndolo, a pesar de la ‘Varsitis’ que está afectando a las mentes de quienes analizan los partidos.

En los deportes donde existían dudas objetivas, como el tenis, el baloncesto o el fútbol americano, entre muchos otros, el video control ha sido un artefacto de ayuda no solo arbitral, sino también para hacer justicia. Baste recordar la eliminación de Irlanda con la mano de Thierry Henry, o la misma ‘mano de Dio’ de Maradona, y el no-gol de Michel frente a Brasil. Todos ellos pudieron cambiar la faz de partidos y de los eliminados o clasificados.

Soy partidario de cuanto más justo, mejor. Los deportes donde el juez es el único que manda, con puntuaciones, como la gimnasia o el salto de trampolín, se producen cada vez más discusiones sobre la imparcialidad o la independencia de quienes deciden y eso, a mi entender, lo evita, en su gran mayoría, el video, nuestro VAR en el fútbol.

Es cierto que falta pulirlo, como por ejemplo en por qué unas veces el árbitro lo pide (o sus ‘varsistentes’) y otras no. Pero aquí no sería tan complicado darle algo más de seguridad. Por ejemplo, cada equipo podría tener tres posibilidades de apelar al VAR, si el árbitro no lo hace, en cada tiempo, lo que sería algo así como el uso del ojo de halcón en el tenis.

De esa forma, nadie podría quejarse de que el VAR no es utilizado cuando lo desea un club. Seis veces por partido, añadidas a las que el árbitro lo haya solicitado, dan mucho de sí y, cuando uno ve las quejas de los equipos, no van más allá de dos o tres posibles no-usos del video.

Así, esta situación estaría salvada. Otra cosa es cómo se analiza la jugada, pero ahí es imposible entrar, y en alguna ocasión, pocas, seamos serios, habrá dudas, como las hay ahora, y más aún, con las simples decisiones arbitrales.

Dejemos que funcione la tecnología, demos armas a los participantes, como mi propuesta de solicitar el VAR, con un máximo de posibilidades por partido, y olvidemos las teorías de la conspiración, donde unos equipos serían más favorecidos por la técnica que otros.

No creo que el VAR desaparezca por los errores cometidos, que los hay, pero sí recordamos los grandes fallos cuando no existía éste. Por lo tanto, mejorémoslo, pero no lo demonicemos, porque hace realmente falta. Hemos podido apreciar cómo, durante el confinamiento y más allá, los medios videográficos nos han permitido llevar el trabajo a casa, acercar las familias y las amistades e incluso los más reacios a ello han terminado por admitir su bondad.

Aquí es y será lo mismo. Démosle tiempo y no nos pongamos nerviosos. Mientras, disfruten del verano, con seriedad, pero alegría. Recomiendo para esos momentos de tranquilidad, el libro de relatos de Richard Ford, ‘Pecados sin cuento’, diez pequeñas joyas que van directas al pie... Sólo hace falta empujar para hacer gol.

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