No hay vuelta atrás. El señor Lim está fuera. Es irreversible. No hay fecha para cuando sea de facto, pero es historia. Lo echó ayer la afición del Valencia. Miles de aficionados que se congregaron en las calles de la ciudad cívicamente, sin distancia social pero con mascarilla. Una exhibición de verdadero poder, de sentimiento y de valencianismo. Una expropiación simbólica a la espera, ya queda menos, de que Mestalla reabra. Y entonces sí que sí. No hay mejor modus operandi. Y no queda nadie por sumarse a la primavera. A la revolución. Se ha roto hasta el silencio de los corderos. No hay nada que pueda hacer el máximo accionista para revertir el proceso. Puede alargar la agonía, por desgracia. Solo eso. El club no es suyo. No lo ha sido nunca. Y jamás lo será. Es algo evidente hasta para él, que con sus palabras se ha quedado en cueros. Hoy, por cierto, le dolerá mala cosa la cabeza. Aunque ninguno de sus lacayos se atreverá a decirle que va desnudo, todos se han percatado del detalle. El primero Anil, que bien que lo demostró con un comunicado en nombre de la propiedad, no del club, cuyo objetivo no era asumir el descontento. «Seguiremos trabajando para mejorar ahora, mañana y dentro de muchos años». Ahí duele. Cero oportunidades. El Valencia, donde y como sea, continuará. Ellos ya no, incluso aunque se queden. Aunque capen todos los comentarios.