Hace prácticamente un mes que la temporada se terminó para el Valencia Basket. Se puso fin a una campaña en la que los objetivos marcados no se alcanzaron y dejaron un poso de desilusión en el aficionado. Descabalgarse de nuevo de la Euroliga y caer en la Eurocup bajó algunos enteros el nivel de satisfacción de un club acostumbrado a crecer año tras año.

Eran urgentes los cambios, una vuelta de tuerca al ciclo y eso se sabía en La Fonteta. Pese a que existe una corriente que piensa que en el club se trabaja a impulsos o de manera improvisada, no es así. El Valencia Basket tenía claro cuáles iban a ser sus siguientes pasos independientemente de los resultados y así ha quedado demostrado.

El necesario recambio en el banquillo llegó tras tener muy claro que Joan Peñarroya era la persona idónea para ocupar un puesto desgastado. Sastre, Vives y Derrick Williams no figuraban en la lista de pasajeros para el próximo curso pese a que con el primero se hizo un intento a la baja. Con Kalinic, se asumió que sin Euroliga su continuidad era imposible, pero con la fortaleza de una entidad sólida, el serbio está incluido en el tanteo. Clubes como el Real Madrid ya saben lo que esto implica. El Valencia Basket no es un club fácil de abordar. O hay dinero de por medio, o a marear a otro lado.

Gestos como la merecida renovación de Van Rossom o el gran acto con San Emeterio, que además seguirá en el club, demuestran que quien lo merece es cuidado. 

En todo este entramado no podían faltar las incorporaciones. Dimitrijevic y López-Arostegui completan el círculo hasta el momento. Dos piezas que mantienen el particular trasvase formado en su día entre Badalona y València y que en el caso del vasco no ha sentado bien con un comunicado oficial lleno de rencor pero vacío de razón. No entender la salida de un jugador a un club más poderoso no debe llevar a tirar por tierra lo mucho que ha aportado a la Penya estos años. Savanovic, Doellman, Oriola o Abalde dejaron en circunstancias similares La Fonteta. Es lo que marca el deporte profesional.

Al hilo de los fichajes hay un nombre que está marcado en rojo, Víctor Claver. Adelanto que con la figura de este jugador no soy objetivo. Ya sólo por el hecho de ser el primer, y hasta el momento único valenciano, en jugar en la NBA merece mi admiración y respeto. Pienso además que su llegada sería mejorar a la plantilla y además no se ha sido justo con él por parte de un sector de seguidores. 

Su sinceridad cuando acabó el periplo en Estados Unidos le pasó factura. Claver nunca escondió su deseo de jugar en Euroliga, una posibilidad que en ese momento el Valencia Basket no le podía dar. Su traspaso frustrado al Baskonia le llevó a Rusia, aunque luego el músculo futbolero lo devolvió a la Liga Endesa con el Barça. En su vuelta a La Fonteta ha recibido pitos. No ha sido lo mayoritario pero sí ha ocurrido, un detalle que él nunca ha terminado de entender, cuando otros han salido en situaciones peores y han sido recibidos con aplausos, Nedovic sin ir más lejos. 

Con una formación medida, una cabeza amueblada y muy bien asesorado por su familia, sobre todo por el malogrado, Paco Claver, Víctor siempre ha sido del Valencia Basket y su carrera estaba abocada a cruzarse otra vez en el recinto de Hermanos Maristas. Sedientos de jugadores autóctonos, que esperemos poco a poco vaya surtiendo l´Alqueria, la vuelta de Claver debe ser acogida con ilusión, ilusión que sigue rellenando el Valencia Basket para que la campaña 21-22 sea el impulso definitivo a ese club, y que el paso atrás dado sirva para impulsarse con dos hacia delante. Los mimbres se están poniendo. Cuestión de tiempo.