Pasamos del opio del pueblo a la quimera electoral. El Valencia CF representa la pluralidad sensata del pueblo valenciano, aunque desde que el partidismo entró en Mestalla el club ha ido a menos. El primero que vio la jugada fue Zaplana, al que le costó poco conquistar a Paco Roig. Camps, el único presidente de la Generalitat valencianista hasta la fecha, maniobró para dejar la influencia de su antecesor a cero y se tiró a la piscina sin agua de Juan Soler, con la estimable colaboración de Barberá. Ese estadio a medio construir deja al descubierto aquella época oscura. Fabra intentó poner orden, pero le ganaron la partida una panda de arribistas que solo gestionan su ego. Pues a pesar de esta enciclopedia del empastre, ahí están Puig y Morera mareando con sus intenciones electorales.

Hubo un tiempo que la representación popular más transcendente del pueblo valenciano era presidir el palco de Mestalla. Era tanta la competencia -y la envidia- que Jaume Ortí tenía las costillas marcadas con los codazos de unos y otros. La exquisita equidistancia del mandatario del que fue el mejor equipo del mundo movilizó el oscuro deseo de aquellos que sueñan con comprar todo con dinero. Unos cuartos que sirven mucho para manipular, como se demostró cuando ni la magnanimidad de Jaume le libró de una sonora pitada del personal. Fue en el verano de 2003 y destapó un desbordado descontento por los fichajes. No sé cuantos de los que protestaron entonces leerán esto, pero espero que estén arrepentidos. Seguro que algunos de ellos también fueron a recibir a Lim como a un rey mago, y esta primavera se han manifestado para exigir su marcha.

La coherencia nunca fue la mejor virtud de la hinchada, eso se espera sobre todo en la gestión, tanto económica como deportiva. Y la actual es tal desastre que ha enmudecido incluso a los más chillones de la grada. Ya sé que el fútbol carece de memoria, pero tras aquella injustificable pitada del inicio de temporada 2003-04 llegó el doblete de Liga y UEFA. A Ortí nunca se le olvidó aquello, su padre estaba muriéndose en La Fe y su madre tras escuchar la sonora protesta le llamó para que acudiera al hospital porque «puedes que no veas a tu padre vivo», le dijo con el disgusto en el cuerpo. Cuando empezó el partido el presidente ya no estaba en el campo, y algún canalla incluso se inventó que se había ido enfadado.

Ortí se murió en noviembre de 2017 sin ver acabado el nuevo estadio, pese a que se compró un piso con vistas al Nou Mestalla. Su máxima ilusión era ver jugar allí al Valencia. Sobre el recuerdo se levanta la leyenda del Valencia, por eso ningún zombi con espurias intenciones puede esconderse detrás de un gobierno para seguir manteniendo a Lim contra la marabunta valencianista.