Después de dos remontadas y brotes verdes que auguran la recuperación de las señas de identidad, una cosa es no sacar de quicio la derrota contra el Zaragoza en el cuarto amistoso de la pretemporada pero otra es negar la gravedad de lo que se puede venir encima otra vez sin fichajes. Y es que, a dos semanas de LaLiga, la indefinición en la plantilla es un enorme agujero negro por el que se pierde cualquier intento de credibilidad que pueda darle un buen entrenador como Bordalás. ¿Le harán lo mismo que a Javi Gracia? Ojalá que no, pero la realidad es que los días pasan, las negociaciones se estancan, aquí solo ha asomado un cedido y todo sigue pareciéndose demasiado a lo ocurrido el verano pasado.

Para construir un equipo se necesita una idea con sentido y, hasta ahí, Bordalás la tiene. Sin embargo, es demasiado evidente la pretensión de cimentarlo todo solo y exclusivamente en el entrenador. A este ritmo, el eslógan de la recuperación del ADN tardará poco en vaciarse de contenido sino se sostiene con hechos contantes y sonantes. El fichaje de Alderete, un retrovisor nuevo, no da para tanto en un coche con el problema de que el motor no arranca. En teoría solo falta Soler y el Valencia sigue siendo el equipo de Primera División que menos se ha reforzado. Otra vez. Un panorama al que se añade que Guedes, el mejor del equipo, está a la espera de una oferta, que a Wass le falta un pelo para declararse oficialmente en rebeldía y que el único éxito en la operación salida ha sido la cesión de Jorge Sáenz al Marítimo.

Bordalás, ninguna sorpresa, no se cortó en abroncar a Guedes cuando lo vio repantigado en el banquillo. Que con su energía y buen hacer los resultados serán mejores está fuera de toda duda. Pero que la última gran incursión en el mercado se remonte al fichaje de Thierry es un dato lamentable. El club se deshizo de varias de sus figuras y un año después ni compra ni vende y hay que dar gracias por Gayà, por Soler y por la sensatez del banquillo. Mala pinta, a la espera del desenlace con la campaña de abonos, en lo que esperemos que no sea otra condena a la mediocridad.