A Bordalás nadie puede discutirle su sitio por derecho en la mesa de los mejores entrenadores del panorama. Le faltaba demostrar su prestigio en un grande y, aun a riesgo de correr demasiado, las cuatro primeras jornadas ligueras han disipado las dudas. El Valencia se ha convertido de su mano en un buen equipo, cien por cien reconocible y con el ADN de toda la vida. Líder absoluto del proyecto y del vestuario, donde ejerce de padre de familia, las sensaciones que desprende son del todo inmejorables. Las más visibles vienen de la clasificación, en especial por la falta de costumbre a las alturas. Las más importantes, sin embargo, tienen que ver con la estabilidad que le está aportando al club y la afición, pero sobre todo a los futbolistas. Son los mismos pero parecen otros. Mejores y felices.

Matrimonio perfecto

Este domingo, con Guedes como gran protagonista de esta evolución bordaliana, la victoria por goleada en un campo prohibido desde 2012 fue el fiel reflejo de un matrimonio bien avenido. Los dos se necesitaban y además mucho. Que al Valencia le hacía falta un técnico capaz de sacar lo mejor de sus futbolistas clamaba al cielo, especialmente porque el epicentro de los problemas más allá de Peter Lim es público y notorio que procedía del banquillo. Pero es que para el alicantino, obligado a postergar su aterrizaje un año, el Valencia era una ocasión que ni pintada, el lugar idóneo por su conocimiento del terreno para lucir sus virtudes.  

Bajonazo

La alegría va por barrios y ahora mismo está lejos de Orriols. La situación es límite para el Levante porque el problema no son los resultados, así que no vale el consuelo tonto de que los puntos volasen otra vez en el último suspiro. La pitada al final del partido hay que tomársela en serio. No fue ninguna broma.