Las cabezas pensantes seguro que están bullendo tanto en las oficinas del Ciutat como de La Fonteta. Aun contando con el factor de que esto no acaba más que comenzar, sí que es evidente la preocupación tanto en el Levante como en el Valencia Basket por el arranque de una temporada que ha sembrado de ciertas dudas no tanto el proyecto sino la idea de hacer las cosas. Cada uno lógicamente presenta sus salvedades y excepciones pero ahora mismo el sentir sí que ha creado ciertos interrogantes que toca cerrar con cierta dosis de calma.

En Orriols el equipo no carbura. Se puede comprar que el casillero de puntos estaría más enriquecido si Morales o Cantero no hubieran perdonado ante el Cádiz, Real Madrid o Elche, aunque también es honesto reconocer que ante el Rayo el punto fue un botín inmerecido. Ante el Celta no se le puede achacar a Paco López la peor noche de Roger, pero sí la falta de frescura de un bloque que ha perdido esos automatismos ofensivos que tanto rédito han dejado estos años. El ambiente en el estadio se ha vuelto cada vez menos permisivo hacia la figura del entrenador. Ya dijo hace unos meses el propio Paco que las mismas caras en el fútbol durante muchos años cansaban. No le faltaba razón. La afición asiste cada vez con más angustia y nervios a los partidos del Levante y teme uno de esos malos años que puedan condenar al equipo al sufrimiento, cuando todo parecía dirigido a poder dar el famoso salto hacia adelante.

El Levante actual, con Quico Catalán a la cabeza, ha sido poco proclive a los cambios en mitad de una campaña. No es ahora el momento de Paco López sí o Paco López no, eso llegará en los últimos meses de la competición. Sigo creyendo que es el mejor entrenador para enderezar el rumbo incierto pero urge un encuentro, una fusión de ideas y sobre todo el compromiso de todos, incluidos los futbolistas, para poder dar con el motor de arranque. Las lesiones han escenificado además lo caprichoso que es el destino. Las bajas de Campaña, Bardhi o De Frutos han hecho que en los últimos dos choques Pablo Martínez y Pepelu hayan jugado de inicio. Lo han hecho sin desentonar, pero bajo unos parámetros de jugadores recién aterrizados en Primera. El caso de Pepelu es el más peculiar. Su deseo público de irse ante el exceso de jugadores en su demarcación le ha llevado a tener dorsal y minutos con el primer equipo y dejar destellos más que interesantes. Efectos colaterales positivos.

En el Valencia Basket, son las lesiones las que marcan ahora mismo el día a día. Peñarroya ya era conocedor cuando estampó su firma en La Fonteta de que el club al que se vinculaba es poco proclive a movimientos dentro de una temporada. Las experiencias con los denominados temporeros no han sido casi nunca buenas y tienden además a dejar un germen de poco o nulo apego. El técnico ha mostrado su preocupación y ha expresado que con las armas actuales q su trabajo y proyecto no va a prosperar cómo podía esperarse. No le falta razón. Más allá del rendimiento en la cancha los entrenamientos son mucho más complejos y la aportación de los jóvenes, tomada de un inicio para ser un apoyo formativo de cara al futuro, ha copado un protagonismo que puede servir para el mañana pero que no garantiza resultados inmediatos. Moldear esa idea de no apuntalar con pilares provisionales la plantilla es consecuente a una forma de actuar que casi siempre ha funcionado. Sin embargo, estar abierto a ella es también un signo de compromiso y de que nunca se debe descartar si el mercado abre alguna posibilidad.

Otro detalle lo marcan los calendarios. Injusto con los chicos y las chicas. No procede que en menos de 48 horas el Valencia Basket juegue en Manresa y reciba al Murcia en una jornada que arrancó hace dos días. O todos o ninguno. Más flagrante es que el femenino se juegue una Euroliga, que ya debía tener en el bolsillo tras conseguir la Eurocup, sin apenas descansar tras una Supercopa envenenada. El baloncesto español debe cuidar a los suyos. Ahora es tarde, a ver si de estos errores se aprenden.